En aquella época, principios del siglo XX, no había en Guatemala un verdadero mercado del arte para los artistas emergentes. Los protagonistas europeos, que alcanzaron su mejor auge durante el gobierno de José María Reyna Barrios, Empezaron a buscar otros horizontes fuera de Centro América o bien, los menos, se acomodaron en el ejercicio docente. Otros pocos autores, escultores en su mayoría, continuaron realizando integraciones en inmuebles a solicitud de los arquitectos activos en el lapso.
En lo local, tras el sueño de un futuro prominente que nunca se dio del todo, una parte de la “generación de 1910” viajó a seguir su formación a Europa: Francia, España, Suiza e Italia, entre otros países. Impulso que sería cortado de raíz por el inicio de la I Guerra Mundial y que determinaría el regreso de los artistas a una sociedad poco abierta a los cambios estilísticos. Hay muchos nombres reconocibles que representan la bisagra de aquel entre siglo, pero hay muchos más, que se quedaron perdidos en el limbo. Especialmente las artistas femeninas, consideradas amateurs, de las que hoy no se tiene ninguna noticia.
Mucha oferta y escasa demanda. Paisajes, bodegones, retratos, para algunas figuras prominentes, pero en realidad un mercado muy reducido para tanto creativo. Hacia 1917, poco antes de los terremotos, había una familia de ascendencia española decorando su palacete. La señora de la casa, otro nombre perdido en el tiempo y la historia se empeñó en ser retratada por alguno de aquellos jóvenes. Para tristeza de todos, sus retratos fueron rechazados unos tras otros. No importó que todo el mundo los alabara con admiración, ella encontró siempre la manera de denigrar el trabajo y la capacidad de su autor.
Para disgusto de la dama hubo un artista que se negó, por los desaires hechos a sus compañeros, a poner un pie en aquella casa. José Gregorio, que así se llamaba el pintor, era un hombre tan humilde como talentoso. De hecho, era todo lo opuesto del carácter explosivo de Rodríguez Padilla o el caricaturista Morales (quien se dio gusto ridiculizando con sus dibujos a la encopetada mujer). Pero finalmente, tuvo que hacerlo ya que recibió una discreta notita del señor presidente, Manuel Estrada Cabrera.
Pocas veces le vieron tan contrariado. Como todos los chapines, educado, se presentó a cumplir con su comisión. “Dicen que es el mejor” dijo altivamente la españoleta (mote con el que se referían a ella a sus espaldas). “Eso dicen, madame, pero usted ya desecho a muchos mejores que yo”, contestó secamente. Conocido como extraordinario dibujante, comedido con los claroscuros, sutil con la paleta de color, Gregorio hizo su trabajo matizando su expresión desde la más profunda y señera cólera.
Por demás está decir que el escándalo que montó la españoleta hizo nota en su época. José Gregorio fue literalmente echado a la calle con todo y el lienzo. El retrato causó tal sensación y curiosidad que se trasformó, fácilmente en la pieza más importante de la época y, gracias a éste, el artista se convirtió en una celebridad. Indudablemente el rostro correspondía fielmente a la mujer, y el resto del conjunto, como lo refirió el propio artista, fue motivado por lo que percibió de “la personalidad de tremenda hechicera”: Cabeza de Medusa, alas de murciélago, garras, en lugar de manos… Hoy, la pintura habita un lugar muy particular en una importante pinacoteca. Espero, algún día, poder mostrárselas. Está de más decir que algunos pintores tienen la capacidad de retratar el alma de sus modelos.
Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.