Basta un segundo para que nuestra vida dé un giro de 360 grados. Hasta 2013, la vida de Angie Albizu y la de su familia había sido como siempre esperó. Acababa de tener a uno de sus hijos, “recuerdo que tenía 9 meses cuando estábamos durmiendo y me pegó una patada en el seno. Estaba inflamado así que empecé a palpar y sentí que tenía una masa, decidí ir al médico para que me chequeara. Tardaron 8 meses en darme un diagnóstico, en ese tiempo decidieron operarme y quitarme una parte del seno y cuando lo abrieron durante la operación, se dieron cuenta que tenía muchos microtumores esparcidos. En ese momento, me dijeron que me tenían que quitar el seno completo, pues tenía cáncer. No puedo negar que asimilarlo fue muy difícil, venían muchas preguntas a mi cabeza, ¿cómo una presentadora de televisión se quedará sin un seno?; ¿cómo me verá mi esposo? Lo cierto es que no tenía opción, sabía que lo tenía que aceptar, que era la única forma de superarlo”.
Angie es argentina y vino a Guatemala hace más de 10 años, “me casé con un guatemalteco y encontré trabajo en un reconocido canal de televisión, donde trabajé como presentadora hasta que mis condiciones de salud empeoraron”. Luego de la primera operación, continuó realizándose exámenes de monitoreo de la enfermedad, además de una reconstrucción del seno que le habían quitado. “En uno de los chequeos posteriores a la operación estética, descubrieron que el cáncer había regresado, me decían que estaba en un grado 3. En ese momento decidí viajar a Estados Unidos para corroborar la información. Lo cierto es que el cáncer ya estaba en un grado 4 y se había esparcido a mis demás órganos”. En ese momento comenzó el reto más difícil para Angie y su familia: las quimioterapias.
“Fue una etapa realmente dura, como familia debíamos aceptar que estaba enferma y que solo Dios podría ayudarnos a superar. Para mí fue una etapa de sanidad, no solo física sino también espiritual para poder lograr salir adelante. Me atrevo a decir que la fuerza que Dios me daba después de las quimios era impresionante, a nivel físico el cansancio era como si tuviera 80 años, era una lucha y agotamiento físico espantoso. Pero tampoco estuve en cama varios días, no quería que me ganara la depresión. Esta decisión hizo que mi cuerpo comenzara a reaccionar mucho más rápido, además que me ayudaba a desintoxicarme del tratamiento tan fuerte de medicamentos. Comencé a salir a caminar, compartía muchas actividades con mis hijos, me reunía con buenas amigas y me daba cuenta que a pesar que pasaba por esa etapa, lo tenía todo y debía agradecerlo”.
Después de las primeras 6 quimioterapias, Angie volvió a Estados Unidos, el tratamiento había respondido en un 100 por ciento. “Fue un milagro absoluto, definitivamente Dios fue mi doctor, él me iba guiando y transformó cada una de mis células. Hoy estoy más agradecida que nunca y mi misión ahora es que a través de mi testimonio y el de muchas mujeres que pasaron por la misma situación que yo, podamos sanar a aquellas que sufren de cáncer no solo físico sino también espiritual”.
En la actualidad, Angie lidera una poderosa e influyente fundación conocida como Vivas con propósito. “Todo comenzó desde que me hacía las quimioterapias, algunas amigas llegaban a casa, rezábamos y luego nos dimos cuenta que debíamos ir más allá de un estudio bíblico, que Dios quería que ayudáramos a esas mujeres que estaban frívolas cuando pasaban por una enfermedad. Comenzamos a buscar donaciones, a regalar mamografías, a dar charlas informativas y ayudar en 3 principales áreas: la espiritual, emocional y física”.
El cáncer para Angie jamás volvió a regresar. “He cumplido 4 años de estar libre, tengo una vida absolutamente normal, feliz y entregada a los demás”.