“Desde pequeños, nos enseñan a cuidar de nuestras heridas, de accidentes en los que podemos salir lastimados. Claro, supongo que para mucha gente esto es lógico ¿no? Cuídate porque solo tienes un cuerpo, te dicen. Supongo que por eso mismo, a muchas personas no les cuadra verme, observar mi cuerpo que ha sido marcado por cicatrices provocadas por mí misma”. Así comienza el relato de Paulina Wer, una mujer guatemalteca de 18 años, con una importante historia que contar.
“Comencé a cortarme cuando tenía 13 años, lo hacía cada vez que sentía frustración y desesperanza ante diferentes situaciones personales. Lo cierto es que llegué al extremo de sentir que lo necesitaba, ya era adicta a cortarme, lo hacía hasta tres veces en un día. En algún punto ni siquiera tenía que estar sucediendo problemas en mi vida, simplemente me agradaba hacerlo. Obviamente se sabe que esto no es algo sano y no necesitamos que lo estén recordando, uno no es dundo. Las personas que sufren de dicha adicción necesitan ayuda, como con cualquier otra, a lo que sea. Hay tanta falta de información en este país acerca de este tema, es triste ver que la gente rechaza a las personas con cicatrices, cómo nos juzgan por tener marcado nuestro cuerpo por errores del pasado, o incluso que están pasando en el presente”.
En el caso de Paulina se trataba de una adicción, a la que comúnmente se le llama risuka, otros buscan terminar con su vida. Desde el 2015, se han registrado más de 400 casos de suicidio en Guatemala, donde predomina el grupo etario de 15 a 29 años. Lo cierto es que la mayor cantidad de casos están vinculados a armas de fuego, ahorcamiento y plaguicidas. La pregunta es ¿qué pasa con las autolesiones que tienen el suicidio como fin? ¿Se trata de una cifra negra? En Guatemala, pareciera ser el caso, pues en 2015, la Organización Mundial de la Salud aseguró que “los suicidios y las muertes accidentales debido a conductas autolesivas fueron la tercera causa de muerte entre los adolescentes en 2015, con cerca de 67 mil muertes, donde predominan las mujeres jóvenes. En Europa y Asia Sudoriental, esta es la primera o la segunda causa de muerte en este grupo de personas”.
La OMS también detalla que los motivos de las autolesiones parten de trastornos prioritarios mentales como la depresión, epilepsia, esquizofrenia, demencia, nerviosos o por abuso de sustancias, pero Paulina pide que no se generalice. Para ella, “una persona que se autolesiona, no está mal de la cabeza, tampoco es que lo desee. Creo que hay tantos estigmas alrededor de los desórdenes mentales y de este tipo de heridas. Alguien que se autolesiona necesita ayuda, no prejuicios, ni gritos. Hay gente que cree que necesitamos exorcismos, otros incluso dicen que todos los que se cortan quieren morir, cuando a veces no es el caso. Hay que dejar de generalizar, nadie es igual, ni tiene las mismas experiencias. Los humanos de por sí, sufrimos y no me pueden decir que igual, sería una mentira. Entonces, si somos diferentes, no hay razón por la cual creer que todos hacen lo mismo por la misma razón”.
Paulina ya no se autolesiona a diario, pasa varios meses sin hacerlo, pero aún tiene algunas recaídas. Su historia es una especie de llamado, pues asegura que “muchas personas deciden ignorar el hecho de que bastante gente, adolescentes y adultos más que todo, tiene cicatrices de autolesiones en su cuerpo, algunas más notables que otras, pero no quitan la seriedad de la situación. Sé que todos tienen una historia que contar y yo soy una más de los miles que viven esta misma situación”.