Las puertas de metal se cierran y la gente se va, unos con lágrimas, otros se santiguan al salir. Cuando todos se van siempre queda un alma caminando por los pasillos, vigila que los vivos no “se pasen de listos” y que los muertos “permanezcan quietos”.
La ciudad de los muertos, como le dicen los trabajadores, fue creada por el General Justo Rufino Barrios en 1878, diseñada como un reflejo de la ciudad de Guatemala con un trazado ajedrezado, en el cual las manzanas de terreno son conocidas como cuadros. El Cementerio General se ubica en la zona 3 y abarca desde la 19 hasta la 26 calle y de la 4a. a la 7a. avenida.
Lacho: “De que aquí espantan no me queda duda”
Lacho trabaja desde hace 10 años en el cementerio. “Yo me cuido más de lo vivos que de los muertos, pero de que aquí espantan no me queda duda, especialmente en el área de niños”, cuenta.
Albañil de profesión, Lacho realizó su primer trabajo para una familia. “Era el hijo mediano de los señores, se llamaba Daniel, pero antes de sellar el nicho, la mamá me pidió que abriera la caja para verlo por última vez y se desmayó”.
Todo parecía normal hasta que al siguiente día “el nicho estaba abierto, creí que algún ladrón había sido, pero cuando me acerqué a ver la caja tenía rasguños igual que el muchacho. De la bolsa de su pantalón salía un papel que tenía un polvito rojo y una lista con varios nombres, solo le avisé a los compañeros y corrí”.
Arnoldo: “Los niños no saben distinguir si están vivos o no”
Él es otro trabajador del cementerio. “Cuando entierran a un niño es lo más triste, yo creo que ellos no saben distinguir si están vivos o muertos”. En una ocasión que se encontraba limpiando cerca del área infantil, relata: “Escuché que varios niños se reían, me asomé a ver si estaban con sus papás y cuando llegué no había nadie”.
Ciertas situaciones se han convertido en “típicas” para quienes laboran en el camposanto, “encontrar frascos con amarres” es normal. “Especialmente aparecen entre los pasillos o donde ya se ha exhumado un cadáver”, cuentan.
Luisa: “Algunas almas siguen en la tierra”
Luisa visita seguido el cementerio, su abuela y su mamá están enterradas en el cuadro diez. “Creo que algunas almas sí siguen atrapadas en la tierra, a veces escucho sonidos o cuando tengo suerte logro verlos”, dice tranquilamente.
“Hace un par de años vine con mi hermana y sus hijos, uno de ellos traía un camioncito, le llamó la atención un nicho que tenía un angelito y lo dejó en el suelo. De repente, el juguete caminó como si alguien lo empujara. Se asustaron, pero yo supe que era un niño muerto que solo quería jugar”.
Luis, su encuentro con un muerto
El joven es bicicletero y expresa: “Ya me aprendí de memoria dónde está cada cuadro del cementerio, mi papá me traía aquí cuando era pequeño y siempre decía que si me iba jugar a otro lado un muerto me llevaría”.
Dice: “Ya no me asusta nada, me acostumbré a que de vez en cuando a los muertitos les gusta salir a molestar”. Sin embargo, la única ocasión en la que ‘casi me da algo’ fue hace 5 años, cuando un señor me pidió que lo llevara cerca del cementerio israelita, él casi no hablaba, traía un traje negro”.
De repente, me dijo que ahí era su lugar, se bajó y desapareció. Cuando llegué a la entrada del cementerio venía una carroza fúnebre que traía un cuadro con la cara del señor. “A mi casi me da un infarto”.
El silencio parece por momentos escalofriante en la construcción que alberga cientos de historias, tantas como la cantidad de muertos. Unos escuchan ruidos extraños, otros observan situaciones extrañas y los más “valientes” se atreven hasta a hablarles.
“Nunca sabes si estás saludando a un vivo o a un muerto”, dice Lacho. ¿Crees en los espantos?