Con un balazo en la espalda, Víctor perdió sus piernas, pero volvió y bailó
Fue el 5 de marzo de 2009. Aquella tarde, Víctor salió a jugar fútbol a la pequeña cancha que se encuentra a un costado de la Comisaría 14.
De repente, se comenzó a escuchar una balacera. Al parecer, unos delincuentes pasaron disparándole a la sede de la Comisaría. Dos minutos duró aquel enfrentamiento.
Pero una bala perdida impactó contra la espalda de Víctor. Él no la sintió entrar en su cuerpo.
La bala le pegó en el lumbar uno y tocó sus nervios.
Cuando despertó, la víctima estaba en la cama de un hospital y luego escuchó la trágica frase que dijo la enfermera: “El muchacho quedó inválido”.
Víctor tenía entonces 28 años y cuando escuchó aquellas palabras, en su mente cruzaron imágenes trágicas.
“Seré una carga para la sociedad, no voy a poder salir a la calle, no voy a poder trabajar”, se preguntaba; además, de 180 libras llegó a pesar 95. No comía ni dormía.
“Lloré cuando no estaba nadie, en silencio; las lágrimas eran de dolor, de soledad, de no poder correr, saltar, nadar, y en esa situación los amigos se van”, afirma Víctor.
Fueron largos días de angustia para él. Llenos de depresión, soledad, abandono.
Todo, conjugado en una sola persona que estaba acostumbrada a trabajar, hacer deporte, pero que repentinamente se vio postrada en una cama.
Incluso, pensó que ya no iba a tener novia. ¿Quién se va a fijar en alguien con discapacidad?
Pero un día, todos sus miedos se quitaron y decidió salir de la cama. “Fue Dios”, asegura Víctor.
Sus padres lo llevaron a Fundabiem, donde hicieron que su espalda y brazos se volvieran fuertes.
Incluso, una de sus piernas se volvió como su motor para movilizarse en su silla de ruedas.
“Cuando llegue a las terapias, el torso no tenía fuerza, me sentaban y me iba de lado”, explica.
“Pero me dije: puedo ver, oír, respirar, mover mis brazos. Lo que me sacó de la cama fueron las ganas de vivir”, explica.
Cuando comenzó a trabajar la danza, fue como una terapia para él.
Además, las clases de zumba que imparte suelen ser de las mejores. Víctor, desde su silla de ruedas, hace que todos sus alumnos muevan sus cuerpos coordinadamente.
Que sientan el ritmo de la música que bailan. Los brazos de Víctor son los que dirigen, a veces, hasta 50 alumnas al mismo tiempo.
“Yo no bailo con mis piernas, bailo con mi corazón”, resalta. “La música es parte de la vida, me realizo como persona con ella”, agrega.
“Me fui adaptando y aceptando la discapacidad. Me dije: yo puedo seguir viviendo, quiero tener novia, casarme y, además, hay gente que hace deporte con discapacidad”, admite.