“Apenas tenía 18 cuando inicié mi vida sexual, estuve con seis parejas y no sé en qué momento contraje el VIH”, cuenta Ana*. Su piel es la prueba visible de lo que considera como “el más grande error de su vida”, pues unas manchas rojas se desprenden de sus brazos, espalda y cuello.
“No me valoré lo suficiente, nunca cuidé mi cuerpo. Lo único que me preocupaba era no quedar embarazada, porque la noticia de un hijo a esa edad me aterraba. Lo lamentable fue que ignoré o vi tan lejos las noticias más importantes como la que hoy estoy viviendo”, lamenta.
Ana asegura desconocer quién de sus parejas era el portador del virus, ya que el miedo a quedar embarazada era lo que más le importaba y ello la obligaba a usar de vez en cuando métodos anticonceptivos. Con el tiempo le empezaron a aparecer algunos síntomas como cansancio, lo que atribuía a la rutina de trabajo; asimismo, algo de dolor en el cuerpo que pensaba podían ser síntomas de una gripe pasajera.
Los primeros malestares desaparecieron, no había nada que la alertara sobre su estado de salud. Fue tres años después que la noticia le caería como un balde de agua fría en la espalda.
“Me sentía normal, solo quería hacerme unas pruebas de sangre por rutina y saber que estaba completamente sana. Me realicé los análisis y días después me llamaron para que me hiciera otro examen. Eso me desconcertó por completo, pero me mantenía positiva y pensaba que tal vez no había servido la muestra o algo así”, relata Ana.
El trayecto de su casa al laboratorio para conocer los resultados parecía interminable. Los semáforos se hacían más lentos, un inhóspito pasillo conducía hacia una sala de espera donde casi no había gente, más que una enfermera y el doctor.
“Ambos me vieron con una cara de desconcierto, por lo que algo en mi corazón me decía que no estaba bien. Cuando me enteré de que era seropositiva quedé sin aliento, destruida mentalmente”, explica.
¿Cómo reaccionar frente a tal noticia? Suicidarse fue una de las primeras cosas que le vino a la mente a Ana. Lo segundo fue un poco más cuerdo: buscar ayuda porque ella sabía que no existe cura para el virus, pero a lo mejor había algo que le hiciera menos doloroso el proceso.
Lo otro era pensar en cómo se lo diría a sus papás, especialmente porque ellos son pastores de una iglesia evangélica. “Mi mamá tiene su corazón delicado, mientras que mi papá es diabético. ¿Cómo podrías darles una noticia así?, resalta.
“No dejo de pensar en las personas con las que estuve, pues nadie espera una noticia así. Veía esto tan lejos y ahora es una realidad. Solo espero que las personas dejen de ignorar y estar ciegas ante esto, así como lo estaba yo. Que se cuiden, amen y protejan”, aconseja Ana.
Ana es parte de las más de 20 millones de personas infectadas con el virus del VIH. Desde que se enteró de que era portadora, su vida cambió radicalmente.
“Llegué a casa y lo primero que hice fue pedirle perdón a mi mamá, por el daño que le estaba ocasionando y por la falta de confianza; y a mi papá, por haberle fallado”, cuenta.
Ana indica que su vida ha sido “normal” desde hace un año, tras haberse enterado de tan lamentable noticia: “Obtuve el apoyo de mis papás, de mis mejores amigos; cuando me ven, se preocupan por mí y de mi tratamiento. Yo no me busqué esto, pero me acostumbré a vivir un estilo de vida diferente y a seguir en pie con mi carrera”.
En cifras
A mediados del 2017, 20.9 millones de personas recibían terapia antirretrovírica en todo el mundo. Sin embargo, solo el 53 por ciento de los 36.7 millones de personas que vivían con el VIH recibía el tratamiento en 2016.
El 54 por ciento de los adultos y el 43 por ciento de los niños infectados están en tratamiento antirretrovírico (TAR) de por vida.
940 mil personas fallecieron a causa de enfermedades relacionadas con el sida en 2017.
Alrededor de 9.4 millones de personas no sabían que vivían con el VIH.
Fuente: OMS, ONUSIDA.