Isaías Morales es un joven de 26 años, que ejemplifica el significado de la palabra resiliencia: la capacidad de superar momentos y situaciones de adversidad. Este chico tenía muchas ambiciones personales y profesionales. Por lo que, el ritmo de vida de Sololá, de donde es originario, le resultaba lento. Sus padres también lo notaban inconforme con su vida.
En el 2013, su familia enfrentó una crisis económica fuerte, situación que coincidió con el otorgamiento de una beca para que Isaías estudiara periodismo en la Universidad del Istmo, que se ubica en la Ciudad Capital.
Isaías se vio entre la espada y la pared: quedarse y apoyar a sus padres o tomar una oportunidad que no se volvería a presentar.
El joven sabía que tomar la beca implicaría que en el largo plazo podría apoyar a sus padres, aunque, en el corto plazo significaría alejarse de ellos y arriesgarse a ir a un lugar desconocido; sin ninguna cara familiar y en donde nadie más que él velaría por su bienestar. Además, Isaías sabía que si aceptaba la beca, representaría un gasto menos en casa, con lo que ayudaría a sus padres a superar la crisis que les afectó en aquel entonces.
Así que se armó de valor y empezó su viaje rumbo a la Capital de Guatemala.
“En el área rural hay pocas oportunidades para estudiar, lo que uno quiere y pocos se animan a salir solos a un lugar desconocido”, asegura el joven, quien también explica cómo llegar a la capital fue un cambio brusco, pues el ajetreo del día a día es muy contrastante con la tranquilidad que se tiene en el campo. No obstante, esto no fue un obstáculo para este joven visionario.
Sus estudios periodísticos coincidieron con la crisis política del 2015 y fue esta situación que le hizo ver cómo las decisiones políticas tenían un efecto directo en la vida de las personas. De personas como sus padres, cómo él mismo.
Se percató de cómo la mala administración de los recursos del Estado limitaba la calidad de vida de las personas en general, pero sobre todo, de aquellos a quien él más amaba.
La vida en la capital no era sencilla. Y mantenerse en comunicación con su familia tampoco lo era. Después de tres años, en los que Isaías dio todo de sí mismo, una segunda crisis cambió el rumbo de su vida. Perdió la beca y se vio incapacitado de seguir con sus estudios. Pero, él sabía que no podía darse por vencido. Que tenía que salir adelante. Así que buscó trabajo.
Lo encontró, pero, al cabo de un tiempo la revista para la que trabajaba cerró y él se quedó sin trabajo. Desesperado tocó puertas por todos lados. Y fue entonces cuando una catedrática de la universidad le dijo que tenía una oportunidad laboral en Ojo con mi pisto. En aquel entonces, Isaías no tenía muy claro de qué se trataba, pero aceptó.
En la actualidad, el joven se enamora cada día más de su trabajo, pues, encontró en la oportunidad de trabajar para mantenerse, también de fiscalizar cómo se invierte el dinero de las municipalidades. Y es que Ojo con mi pisto es un movimiento que nace de la iniciativa de guatemaltecos de asegurar que el dinero recolectado por el Estado, es decir los impuestos, se inviertan de forma eficaz y en obras que sean de utilidad para los habitantes. Y así funcionan:
En los últimos nueve meses, Ojo con mi pisto, ha fiscalizado alrededor de 40 obras de construcción en los diferentes municipios del país. Y han desarrollado una herramienta para que los ciudadanos puedan revisar en qué se está utilizando su dinero y cómo avanzan las obras.
Pero, además de ser una herramienta para la ciudadanía, Ojo con mi pisto, también genera análisis sobre los principales hallazgos del proceso de esta auditoría social. Dentro de las conclusiones más destacadas es que, en los últimos años, la construcción de obras como parques y canchas, son más frecuentes pues intentan involucrar a los jóvenes en deportes para mantenerles lejos de situaciones de violencia.
En conclusión, Isaías logró transformar su proyecto de vida, aún con todas las dificultades que se le presentaron y todo fue gracias a tomar una decisión que requirió cada pizca de valentía y coraje que habitaba en él. La decisión de trasladarse a la capital no solo impactó su vida, sino también, la de sus padres y la de cientos de guatemaltecos más.