Pareciera que estuviéramos viviendo en una comedia de televisión. Las cosas que hacen muchos chapines podrían ser inspiradas en series como “Chespirito”, “La familia peluche”, la “Carabina de Ambrosio” o “Aquí no hay quien viva”. Es como habitar en realidades paralelas en donde prevalece todo, menos el sentido común. No hay manera de encontrar un equilibrio y mucho menos de alcanzar un consenso. Claro, en esta pandemia, lo único que nos estamos jugando es la vida de unos cuantos. Aunque estos cuantos sean nuestros padres, cónyuges, hermanos, hijos, amigos y, en el mejor de los casos, pensarán algunos descerebrados, gente que ni conocen.
Los analistas del primer mundo que poseen espacios de reflexión, principalmente en radios, tienen opiniones muy divididas. Los de oficinas en áreas residenciales piensan que hay que abrir todos los negocios de comida y otro tipo de servicios. Claro, hay que tomar precauciones, dicen. Según lo expresan, la gente tiene que asumir el compromiso de su salud sobre todas las cosas y los empresarios dejar de ser paternalistas. Sin embargo, ninguno de ellos ha puesto un pie en un mercado municipal por años y si sí, fue por pasar la aventura de bajar de la loma al pueblo.
Soy empresario desde que tengo memoria y entiendo la catástrofe económica provocada por este virus. Comprendo lo que es sostener una planilla, el IGSS, los bonos 14 y aguinaldos, luz, agua, teléfono, impuestos y una infinidad de gastos que, si no se produce marmaja, pueden llevar a la quiebra desde el más pequeño de los productores hasta el mayor de los potentados. Pero ¿a quién están engañando estos expertos? El guatemalteco estándar ¿sigue instrucciones? Creo que el mejor ejemplo lo vemos todos los días en el tráfico: no virar a la derecha, pues cruzan a la derecha. No estacionarse, pues “yo sí puedo así es que me estaciono donde me da la gana”. Que hay toque de queda “pues yo salgo a echarme los tragos durante el toque de queda y qué”. Sé que hay que trabajar, pero también sé que hay que tener conciencia y ser consecuentes. Para muestra un botón, el pasado lunes la terminal rebosaba de emprendedores y esforzados productores, pero ¿tomaron las medidas de protección aconsejadas desde el Ministerio de Salud? Algo que repiten los medios de comunicación mañana, tarde y noche, pero que algunos se niegan a observar.
Tuvieron cuatro meses para resolver el problema del transporte urbano. El dinero que se maneja en esta área es incuantificable y la SAT tendría recursos de sobra en impuestos ¿no era el momento de equiparlos para el siglo XXI y pagar el servicio en una taquilla y no en las manos de “el brocha”. Hemos vivido 4 meses sin ellos ¿será que en realidad son indispensables? ¿Habrá alternativas para el sistema de transporte que, nomás hace su aparición, ya castiga directamente al usuario?
Espero estar equivocado y que, dentro de 13 días, no veamos lo que es realmente una epidemia en toda la dimensión de la palabra. Entre más infectados, menos capacidad sanitaria para atenderlos. Estadísticamente hablando, entre más enfermos más muertos, así de simple. No quiero ni pensar lo que podría pasar en el interior de la república en donde, en cuestión de servicios médicos, viven todavía a principios del siglo XX. Que tenemos que trabajar, tenemos, no hay de otra. Es un privilegio poder hacerlo desde nuestra casa. Claro, somos los menos.
Vivimos en un país en el que la mayoría espera un milagro mágico que los proteja. Un “Avenger” que con una piedra mágica succione el virus y lo lleve a otro planeta. Muchos, son como los ñus que corren al río infestado de cocodrilos, por instinto, con la esperanza de no ser devorados. Lo malo es que en esta ocasión el afluente está infestado de lagartos. Hay que prevenir lo más que se pueda ya que nos abrieron las puertas del encierro. Aunque le tengo pavor al término “nueva normalidad”, por la amenaza implícita que conlleva el calificativo, habrá que ajustarse a nuevos estilos de vida mientras la vacuna del mal aparece. En mi percepción estamos más en peligro que hace 5 meses.