Volver a inventarse es un término que me encanta porque habla de la capacidad que tenemos los seres humanos de rehacernos “mejor”, quizás la frase gramaticalmente no esté correcta, pero quiero usarla para transmitir que cada vez que lo intentamos lo podemos hacer mejor.
Todos los días puede haber un nuevo inicio y especialmente después de un tropiezo o una caída monumental, nuestra o de quien nos acompañaba en la vida. Por ejemplo, después de pasar por una decepción amorosa que termina en divorcio, un proceso que lleva tiempo, que desarrolla sus propias fases: negación, luto y (proceso del divorcio).
Lo he vivido con amigas, algunas me han dejado ser testigo de la boda y más adelante me he encontrado con el shock de la noticia, del proceso doloroso de la ruptura que se prolonga más allá del acuerdo de la manutención. Ellas me han brindado la maravillosa oportunidad de sostener, animar o escuchar hasta que finalmente se da el momento que las libera y las prepara para reinventarse.
Hace años vi cómo mi propia hermanita –a quien le llevo casi 4 años– se desplomaba en pedazos, harta y agotada después de la ruptura de su matrimonio. Mi alma se llenó de dolor y hasta rabia ante la frustración de no poder ayudarla a cambiar las circunstancias externas. Afortunadamente encontró en sus hijos una fuerza para salir adelante y después la obtuvo de su interior, se re-inventó a sí misma y se convirtió en una mujer más decidida y fuerte que nunca.
¡Esta semana se casó! Caminó hacia el altar con la ilusión que caracteriza su esencia, volvió a creer en el amor y con un corazón sano nos invitó a presenciar cómo inicia una nueva etapa de su vida y yo no puedo estar más feliz y orgullosa de ella, de esa increíble versión de sí misma que diseñó.
No fue fácil, ni para ella ni para la familia, incluidos sus propios hijos. Pero su historia confirma la capacidad que tenemos los seres humanos para para volver a empezar después de sanar el alma y sin duda soltar el pasado es clave para ver hacia el horizonte mientras sale el sol.
Perdonar –aunque nunca te lo pidan– es la medicina más sanadora que hay, porque tiene la capacidad de romper ataduras y cadenas de dolor que se almacenan en la memoria y enferman al corazón. Cabe resaltar que perdonar no es un sentimiento, es decir que nunca abrirás los ojos y sentirás el deseo de perdonar, ¡no! Eso no sucede ni en las películas, menos en la vida real. Perdonar es una decisión o más bien una resolución que decides tomar.
El ejemplo de una cicatriz es la figura más adecuada para ejemplificar cómo actúa el perdón. Un golpe puede dejar una marca que a veces requiere que le pongas todo el medicamente que sea necesario para sanar por dentro mientras desarrolla su propia costra. Con el tiempo se va secando a tal punto que cuando la frotas ya no duele, a menos que la herida siga viva. Cuando perdonas puedes avanzar y recordar lo que viviste, pero sin que produzca dolor. A eso debemos apostarle.
La mirada de mi hermana caminando al altar me dice que dejó atrás los malos momentos, perdonó y volvió a creer. Su expresión me remontó a nuestra niñez, cuando la veía como la hermanita a la que tenía algo que enseñarle, pero hoy es ella quien me muestra las lecciones de vida más trascendentes.
Con su experiencia y la de mis amigas veo que sí es posible pasar la página. No importa cuán lejano sientas el final de esta historia ¡la vas a superar! Mira cómo nuestro alrededor está lleno de esas mujeres que tuvieron la fortaleza para poner un punto y final en un párrafo y avanzaron al siguiente donde oportunamente dejaron tres puntos suspensivos.
Una vez más cierro con una pequeña palabra que dice mucho ¡ánimo! Vuelve a creer en ti misma, suelta el pasado, deja atrás a quienes no te valoraron o te hirieron y quizás nunca lo sepas, pero se arrepentirán de haberte perdido.
“Nada libera tanto como perdonar.
Nada renueva tanto como olvidar”
Ray A. Davis.