Jorge Vega me representa, nos representa, a mí, a usted, a miles de guatemaltecos. El mensaje enviado por el medallista panamericano y campeón del mundo, durante un desayuno religioso, fue contundente, elocuente y admirable.
El medallista, con mucha sencillez, pero con clara determinación, expresó el sentir de muchos guatemaltecos. Vega habló de los problemas de hoy y de siempre, de la miseria heredada por nuestros ancestros, de la pobreza creciente, de la educación mediocre, carente de recursos, esa que no tiene aulas ni pupitres, hizo mención de la precariedad, de la desesperanza de cada día.
El medallista panamericano aludió sin demasiado adorno el problema de la justicia, de su cuestionada aplicación. Habló del hecho de que muchos pueden burlarla, comprarla, apedrearla y manipularla a conveniencia. Las palabras de Vega fueron dardos cargados de verdad que dieron en el círculo rojo más pequeño, en las entrañas de nuestra realidad social.
Qué gusto me dio escucharle tan sereno y contundente. Él, un referente del deporte nacional, con toda la solvencia moral que le da el conocer la realidad social, no por haberla leído, sino por haberla vivido.
Vega es ahora un vocero de la juventud rebelde, la gallarda, la que dice las cosas sin rodeos y de frente. La semana pasada, el atleta se paró erguido, con la frente en alto y de cara a una clase política despreciable y dijo con valentía lo que muchos quisiéramos gritar.
En nuestra sociedad, muchas veces no nos permitimos reconocer la valentía y el talento de otros. A veces callamos palabras de admiración frente a otros, no rendimos los honores a aquellos que lo merecen, pero hoy es justo reconocer a este joven.
Vega es un muchacho humilde, un guerrero, un campeón, y que quede claro que este texto no está cargado de retóricas complacientes ni hipérboles innecesarias. El atleta guatemalteco es un talento y un orgullo nacional, y qué mejor que alguien con su solvencia y sus credenciales haya dado un golpe sobre la mesa para decir la verdad que muchos callamos.