Las guerras son caras. Durante la guerra fría, el comunismo encontraba adeptos en todas las regiones del mundo, también en Guatemala. No podemos permitirnos olvidar esa dura lección: nuestra guerra interna nos dejó pobres a todos. Seguimos arrastrando las cadenas de la opresión, de la división ideológica y de clases sociales, de las familias de los desaparecidos que buscan justicia, del resarcimiento atrasado a quienes perdieron más de lo que algún día podremos retribuirles. Puede ser que no estemos de acuerdo. Puede ser que en los juicios existan mentirosos que busquen intereses personales pero también puede ser que exista alguien diciendo la verdad. Todas las guerras tienen crímenes espantosos, en todos los ejércitos hay quienes se sublevan y los que dan órdenes sádicas, en todas las guerras se pagan caros los horrores.
En nuestro país, las balas aún son pan de cada día. Ya sin ideologías comunistas (me parece risible quien considere que eso existe aún, sospecho que es un temor de los viejos lobos) solo quedó el egoísmo hecho y derecho con que ladrones salen todos los días a la calle a “trabajar”: robando en moto o en el Gobierno (no se hagan, son lo mismo).
El conflicto armado en Guatemala nos dejó heridas que muy pocos están logrando sanar. Negar nuestra historia es tan absurdo como negar el holocausto. La evidencia habla por sí misma, los testimonios, las fotografías, los videos, las fosas comunes, los desaparecidos. Es hora de perder el miedo de afrontar nuestro pasado, es hora de rendir cuentas, de aprobar la justicia, de sentir empatía por todos los que pagaron el precio de vivir en tiempos de guerra.
No se confundan, ni el ejército ni la guerrilla trajeron paz a nuestra nación. Seguimos siendo un territorio lleno de conflictos y de divisiones. Tenemos que ser capaces de afrontar la realidad de nuestros países, porque nuestra fórmula no fue única: Argentina, Chile, Nicaragua, El Salvador, Colombia y tantos otros que sufrieron por las mismas condiciones, por las acciones deplorables de su propio ejército y de la guerrilla. Las Abuelas en Argentina buscan a sus nietos desaparecidos, niños robados por militares para ser criados en clandestinidad por las familias “correctas” como estrategia macabra para robarle adeptos al comunismo. Y ese solo es un pequeño ejemplo. No podemos burlarnos ni desacreditar la búsqueda de justicia de quienes aún cargan heridas bien abiertas de los crímenes ocurridos en su contra. Desacreditarnos entre nosotros es olvidar nuestra historia, es condenarnos a repetir esa violencia a diario, encerrados en los carros con los vidrios polarizados hasta arriba, con celulares de repuesto como donaciones a los inevitables robos en el tráfico, agoráfobicos por excelencia porque no aprendemos que el peor crímen es que somos indiferentes al sufrimiento ajeno. Preferimos crear historias de espías, de comunismo, de chantaje, de calumnias en lugar de ver la verdad que nos alumbra cada vez más fuerte en la cara.
Atrevámonos de una vez por todas a aprender de nuestra historia, que estamos pagando muy caro negándolo todo.
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