Nunca me he sentido cómodo con la utilización, “políticamente correcta”, que se le otorga a la tolerancia y su definición. Según la Real Academia de la Lengua Española, tolerar hace alusión a la acción de “llevar con paciencia” o también, “permitir algo que no se tiene por lícito, sin aprobarlo expresamente”, o bien, “resistir, soportar”. Otra acepción, un poco más moderada es la de “respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias”. Una obligación muy particular, ya que el chapín promedio ha demostrado ser tolerante con la corrupción, hambruna, femicidio, indiferencia generalizada, robo, crímenes de género y otras múltiples aristas que podrían dejar en suspenso la buena intención con la que se utiliza dicho término y que, de a poco, va llevando a la deriva al país.
Lo dicho, por supuesto, solo es una percepción personal. Según yo, la condescendencia no implica compromiso, solidaridad, comprensión, amor sin restricciones y sí podría ser, de manera encubierta, una forma de discriminación. En otras palabras, es convenientemente ambigua y no necesariamente solidaria. Hay misión, más no compromiso. No incluye la sinceridad como parte de su esencia. Sin embargo y mientras no se encuentre otra forma más concisa, pues que siga haciendo su pálido papel dentro del universo de las diferencias. Peor es nada.
Si ser tolerante tuviera la contundencia de su antónimo, otro gallo cantaría. La intolerancia posee, en la acción, una contundencia clara, definida y apabullante. Quienes la ejercen no solo se creen con el derecho de aplastar las ideas que no comparten, también tratan de destruir a quienes la generan. La brecha entre ambas posturas es un ejercicio de civilización y de cultura educativa. Un país administrado por cuasi alfabetos, va cuesta arriba en temas superados en países en donde la educación orienta la razón. Menos mal la ley es más clara en estos casos y es más fácil perseguir a un intolerante por sus malas acciones que a un tolerante por sus omisiones.
En el parque de Antigua Guatemala se está desarrollando un ejercicio que puede poner a prueba el entendimiento de turistas y locales. 144 “Buddy Bears” se exhiben en el parque central de aquella ciudad y están, en su mayoría, tomados de la mano. Representan la tolerancia y la comprensión entre igual número de pueblos de alrededor del mundo, sus culturas y religiones. El conjunto tiene una misión humanitaria, también posee un peso moral que invita a la reflexión. Celebra diferencias, e intenta señalar que estas no son necesariamente malas. Vale la pena echar un viajecito al corazón urbano de Antigua con la intención de ampliar horizontes, discutir posiciones y encontrar respuestas. Más que tolerar los guatemaltecos necesitamos conciliar, abrir diálogos y respetar nuestras diferencias. De paso, la subasta de estos “Osos Buddy”, además, tiene como destino recaudar fondos para ayudar a los niños necesitados. El arte al servicio de otros.