No es una novedad que la corrupción es un mal endémico en Guatemala. Muchos de los chapines, con tal de obtener beneficios, son capaces de todo y sin detenerse a pensar en las consecuencias de sus acciones. A estos malos ciudadanos no les importa si en el camino afectan a otras personas, ellos van a lo seguro y lo seguro es su propio bien. Los demás, que vean cómo se las arreglan. Así de sencilla es la vida. Y acá no estamos hablando solo de política, estamos haciendo alusión al sustento diario y a quienes nos lo ofrecen. En el caso de la carne de perro, los adalides de la tolerancia, se molestan con el descontento del consumidor indicando que finalmente solo es otra variedad de carne. Y en efecto, lo es, y no ha de ser muy fea en cuanto que muchos paladares no han logrado detectar la diferencia.
En este engaño algo es seguro: no hay procesos sanitarios. Los perros mueren en la calle, probablemente envenenados, y de allí pasan directamente al destace y, en algunos casos, a la máquina que muele la carne con todo y heces. ¿Su procedencia? Nadie sabe si son secuestrados en las zonas urbanas o si son recolectados de los basureros o los alrededores de los mercados. La diferencia con los primeros es que, con suerte, estarán vacunados contra la rabia, desparasitados y bien alimentados. Los otros, como corresponde a la periferia en la que viven, tendrán sarna, lombrices, jiote y otras enfermedades exóticas que, si Dios es grande, quedarán esterilizadas en los asadores o, mejor aún, fermentadas con los jugos gástricos del infortunado que la degluta.
Los tacos de chucho pueden ser un manjar para algunos, pero… ¿Sabrá igual la carne de rata? Qué pasa si las longanizas y otra serie de embutidos artesanales contienen carne de roedores triturada con todo y sus respectivas pulgas. Acá también aplicará la máxima de ¿carne es carne? ¿Sabrá a pollo, como la de iguana o tacuazín? Me imagino que en ese espíritu de búsqueda habrá quienes ya experimentaron hacer “gringas” con carne de zopilote, seguramente. La cosa es que la desconfianza está servida y con ella, la posibilidad de que, en la calle, estemos comiendo cualquier porquería. Yo, por mi parte, prefiero ver como cosa del pasado los puestos de comida en las plazas y alimentarme de lo más seguro. O sea, todo lo que ha pasado por procesos sanitarios estandarizados. Que las vacas, los pollos y los cerdos de consumo mueren horriblemente, es cierto. Habrá que trabajar en buscar formas más humanas de tratar los sagrados alimentos.