Hace unos años en la embajada de Estados Unidos, una cónsul levantó la voz. El letargo de los que esperaban su turno se disipó inmediatamente. Ella dijo “señor, déjeme ver su DPI”. El hombre al parecer no entendió porque no hizo nada, se quedó estupefacto. La cónsul volvió a pedirle un documento oficial de identificación y el hombre volvió a quedarse sin palabras. Fue entonces cuando ella le preguntó “¿Quién le vendió este pasaporte? Es falso.” La sala completa se quedó en silencio rotundo. La embajada requería la información de dónde y cómo lo había adquirido. Le explicaron que no le darían la visa, lógicamente, y que tampoco le devolverían el pasaporte. Presentar documentos falsos es un delito, le dijo al hombre que iba acompañado de una mujer. Ambos salieron enseguida de la embajada asustados y avergonzados.
Habían perdido no solo la oportunidad de viajar al Norte, sino también mucho dinero. Nunca supimos cuánto les costó pagar por esos documentos falsos, pero unos años después tuve la oportunidad de conversar con un latino en Estados Unidos que contaba acerca del costo de cruzar la frontera con un coyote. Me dijo que alrededor de $7mil dólares contando los abogados para conseguir los papeles. Siete mil dólares que bien servirían para comprarse un terrenito por allí y empezar una nueva vida. Para pagar una educación universitaria. Para pedir asilo en otro país que no fuera Estados Unidos.
Horrorizada, puedo ver jaulas migratorias donde mujeres, hombres, niños y niñas esperan ser deportados o peor: separados de sus familias para quedar a cargo del Estado americano sin un paradero fijo. Quién sabe a dónde van a ir a parar. Mientras los coyotes cuentan su dinero seguro, al fin y al cabo ellos siempre reciben su pago: crucen o no. Vivos o no. En jaulas o no. Vaya sueño americano el de los coyotes, siempre seguro.
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