Se aproximan las elecciones presidenciales 2019 y la única certeza que tengo hasta el momento es que, al igual que hace cuatro años, Guatemala se enfrentará a una nueva derrota.
Con algunas variaciones y pocos destellos de esperanza, el 16 de junio dos candidatos a la presidencia irán a un balotaje donde el guatemalteco se verá obligado, otra vez, a elegir por una mala opción. Si las encuestas electorales no se confunden tendremos una segunda vuelta: Torres/Giammattei o Torres/Arzú.
Volvemos a la misma frase: Es como elegir de qué enfermedad te querés morir, si de Cáncer o de Sida. Ninguna de estas enfermedades es deseable. Guatemala está en agonía y solo tiene esas dos salidas. Lo que es inevitable es que muera y se ahogue en una agonía llena de corrupción.
Por más que intento repasar en mi mente alguna opción honesta para la segunda vuelta y no ser de los apáticos del voto nulo, no veo una saluda ética y que se apegue a mis principios como ciudadano.
Ya nos tocará estar enfrente de la papeleta y sentir profunda tristeza por Guatemala.
Sobre el Congreso
Tengo problemas para discernir cuál de estos escenarios es más sombrío, pero ninguno de los dos me da ilusión.
Hablé de un par de chispas de luz ¿A qué me refiero? creo que al Congreso de la República llegará alrededor del 10 al 15 por ciento, no más, de diputados capaces, comprometidos y sin agendas oscuras, que podrán aportar algo positivo y diferente a lo interno del desgastado y cada vez menos confiable Organismo Legislativo.
Me entristece que muchos de los más cuestionados parlamentarios, algunos tránsfugas, se hayan asegurado su reelección al ubicarse en las primeras casillas distritales, esto ante la indiferencia de un Tribunal Supremo Electoral tibio que permitió la participación de muchos que debieron despedirse del Congreso.
En ese sentido no me cabe la menor duda, y me disculpo por enviar tan malos augurios, que este 16 de junio perderemos todos.