Relato de cómo encontré un cráneo en mi oficina embrujada imagen

Hace poco un amigo renunció a su trabajo. Ésta historia es una de las razones de porqué abandonó aquella oficina, que según todos estaba embrujada por un cráneo y un arqueólogo.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

La oficina siempre fue fría y, aunque se tratase de una casa adaptada al ambiente administrativo, la calidez del ambiente laboral siempre se evaporaba a eso de las cinco o seis de la tarde, cuando todos apagaban sus computadoras, iban a sus casas, y desalojaban el lugar. Entonces, todo adentro cambiaba. 

Los rumores de que alguien o algo rondaba por allí fueron lo primero que él escuchó aquel primer día de trabajo. “Aquí espantan. Se trata de un niño que hace ruido en el tercer nivel y a veces en la cocina”. Se trataba de un hecho. Todos los empleados ya estaban bien informados y cuando les tocaba quedarse hasta tarde terminando los pendientes de aquel día, ignoraban como parte de la rutina (aunque siempre con nerviosismo) los sonidos, pisadas y desorden que se escuchaba en la tercera planta de la casa, que antes de convertirse en una oficina había pertenecido a un peculiar arquitecto que, aficionado por la arqueología, había pasado los últimos años de su vida investigando todo lo que pudiera sobre los vestigios y ruinas mayas y había recolectado una considerable cantidad de piezas que guardaba en una celosa colección privada. 

Las historias de los espantos en aquella oficina eran famosas. La vez en que se encendieron todas las luces del tercer nivel sin explicación, todos los relatos de las puertas que se abrían y cerraban, la desaparición de cosas, o las repetidas ocasiones en las que la empleada encargada de la limpieza llegaba al tercer nivel para el habitual aseo matutino y encontraba todo revuelto. Ésta última historia era la más creíble, dado que ella no tendría razón alguna para mentir ni para limpiar un desastre que “no existía”. Por pena nunca había dicho nada a sus superiores, pero si había contado los sucesos a una de las personas que trabajaban en el tercer nivel. “¿Por qué dejan todo tan desordenado, disculpe?”, le había preguntado alguna vez a ella. “¿Desordenado? ¿Y eso?”… 




La silla

Llegó el día en que fue su turno quedarse solo en aquel lugar. Él era el nuevo y ese primer mes había sido caótico: ponerse al día, adaptarse a los procesos, aprender el funcionamiento de toda la oficina… los pendientes se fueron acomodando en su escritorio hasta que ya no pudo más. Ese día pasaron las cinco de la tarde, sus compañeros se fueron y él se acomodó en la silla para seguir trabajando, al menos un par de horas más. 

De seis a ocho todo era silencio. El ruido de las teclas de su computadora, el viento azotando levemente las ventas y sus constantes estornudos eran lo único que interrumpía el silencio de la casa. Él no había pensado en los espantos ni nada de eso; el papeleo lo había mantenido ocupado mental y físicamente. Sin darse cuenta, dieron las ocho treinta y las ganas de ir al baño lo obligaron a abandonar su silla. Se habrá tardado unos cinco minutos pero cuando regresó, su silla ya no estaba. Inmediatamente, recordó todas las historias y sintió como un frío incómodo se hospedada en su columna vertebral. Tomó otra silla sin ánimo de buscar la suya y siguió trabajando a toda prisa. Sin embargo, ni el papeleo pendiente pudo evitar que su mente y su cuerpo ignoraran lo que estaba sucediendo.

El cráneo

Comenzaron, entonces, los clásicos ruidos descritos por sus colegas. Pisadas, crujidos, puertas y desorden. Todo en el tercer nivel. Si había espantos allí no era la pregunta. Era un hecho. Él sabía que todo esto era una especie de bienvenida para “el nuevo”. Lo que no sabía era si tomarlo como un acto de “cortesía” o como un acto de “ira” hacia su presencia. 

Su celular mostró en la pantalla que eran las nueve con veinte. Había terminado el trabajo. Los ruidos continuaban, pero ya se habían convertido en parte de la banda sonora de la escena. Decidió que era hora de retirarse, pero cuando estaba en la puerta de salida, sintió cómo su voluntad caía de rodillas ante su curiosidad y decidió subir las escaleras hasta el tercer nivel. 

Al llegar al pequeño piso, sintió algo impresionante. Escalofríos, paz, temor y sorpresa, todos al mismo tiempo. Sus pies se derritieron en el suelo de madera y sus ojos se clavaron en su silla, que ahora en el tercer nivel se desplazaba de una lado a otro. Algunos papeles estaban en el suelo y otros caían lentamente desde el techo. Una pequeña mesita estaba tumbada y los lapiceros habían volado por todas partes. Y entonces lo vio. En una esquina en una caja de cartón. Ahí había un cráneo. 




Explicaciones

Se acercó a la caja con el pánico en la garganta y la curiosidad en la cabeza. Abrió la caja y encontró aquel cráneo. Pequeño y en perfectas condiciones. En la caja había algunos libros y papeles desordenados con trazos sin sentido. Le hizo sentido todo en un instante: se trataban de materiales que habrían pertenecido a aquel arqueólogo apasionado. Tomó una decisión: se llevó el cráneo bajo el brazo y sin voltear para evitar encontrarse con aquello que sentía que lo seguía con la mirada, se fue de la oficina.

Al día siguiente llamó para decir que estaba enfermo, pues sentía un increíble dolor de cuerpo, como si lo hubiesen sujetado fuertemente contra su voluntad durante horas. Aprovechó el día para, aunque se sintiese mal, visitar a un pariente que era el único arqueólogo dentro de su lista de contactos. Sin contarle nada de la historia, le dejó el cráneo prestado para que lo examinara y se marchó. 

Contó lo que le sucedió en la oficina a sus compañeros. La empleada de limpieza corroboró la historia al quejarse nuevamente del desorden del nivel tres. Todos, en tono de broma, dijeron que los espíritus le habían dado la bienvenida. Una semana después recibió la llamada de su pariente. Los términos científicos no los recuerda, pero en pocas palabras, lo que le dijeron le abrió los ojos como platos. “Es el cráneo de un niño y tiene más de 300 años de antigüedad, aproximadamente. No dudo que date de tiempos de la conquista”. 

Desde entonces en la oficina, al espanto lo bautizaron como el “pequeño niño maya”. Y éste, sigue jugando todas las noches en el nivel tres. 

**Historia real; nombres omitidos a petición.

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