Recibí una invitación para charlar sobre los libros de mi vida. Me invitó nada más y nada menos que Sophos, ese espacio que ha expandido su geografía y su profundidad a pulso de un público lector cada vez más grande y necesitado. Es un lugar que frecuento desde hace muchos años, por sus talleres, por la mística cultural que solamente ahí se respira, por los imprescindibles libros y por las tantas personas que ha traído a mi vida.
PARA CELEBRAR EL DÍA
Los conversatorios fueron varios, formaron parte del homenaje que durante una semana la librería hizo en ocasión del Día mundial del Libro. Fue precisamente el 23 de abril y, aunque muchos sabemos por qué ese día se escogió para simbolizar la importancia del libro, me sorprende cómo varias personas me lo preguntan una y otra vez, cada año.
El 23 de abril de 1616 fallecieron Cervantes, Shakespeare y Garcilaso de la Vega, el Inca. No es necesario agregar más.
Hablar de libros es abrir una de mis puertas más grandes. No hay tiempo que baste para contar todo lo que han dejado. Soy mujer de libros. He transitado millones de páginas desde que era niña y, aunque no todos los libros alcanzan los pozos más trascendentales de nuestro interior, cada lectura nos construye de alguna manera. Por supuesto, poseemos nuestros “Libro Duende”, lecturas que salvan y transforman, historias de las que jamás salimos ilesos, libros que llegan para quedarse.
Los lectores formamos parte de una tribu con rasgos comunes que nos delatan y nos definen. Somos personas de historias, las necesitamos para encontrar nuestro sitio en el mundo.
VERDADES CIENTÍFICAS
Al respecto, la neuro ciencia ha hecho lo suyo investigando cómo la lectura, especialmente de ficción, estimula muchas áreas cognitivas en nuestro cerebro, además de las relativas al lenguaje. Leer potencializa también las destrezas relacionadas con la coordinación de movimiento y la interpretación de olores. Como la obra literaria es tan tonificante mentalmente y exige al lector un alto nivel de intimidad con su contenido, trabaja en nuestra inteligencia con más impacto que otro tipo de material de lectura. Pero más allá de la inteligencia, la literatura talla nuestra identidad y consciencia. Es un instrumento de eficacia comprobada científicamente, para expandir sentimientos de empatía.
Quienes leemos somos hábiles para comprender a otros personas, para solidarizarnos. Leer nos enseña a ver el mundo desde su perspectiva. Al lado de la empatía crece también la capacidad del auto-conocimiento. La literatura humaniza.
SIEMPRE LOS LIBROS
Podría decir que a los libros les practico una exhaustiva autopsia. Por supuesto sin matarlos. Porque los libros, mientras existamos las mentes necesitadas de colocar palabras en las cámaras profundas de nuestra consciencia, vivirán por siempre. Mientras encuentren a quien hablarle, los libros no morirán.
Les abro el cuerpo en vida, sin dolor ni lamento. Armo y desarmo el argumento. Tomo su corazón en mis manos. Me sumerjo en su fuente, en su fondo, nado sobre las curvas de su forma. Me ubico en su contexto histórico, lo saco de sus párrafos, me invento dentro de una imagen que tiene su ambiente y la época que evoca. Pinto ese nuevo escenario con los mismos colores que el autor lo hace. Invento mis propios tonos. Trazo las líneas de su muy particular tiempo dentro de las líneas de mi muy monótono día y, gracias al milagro de la literatura, deja de serlo.
El autor ha tendido un puente que, ilusamente, creo es solo para mí, y lo cruzo con una emoción difícil de nombrar. Tomo la historia, la leo con delicada cadencia a veces, con avidez otras, con interés siempre. Me transforma y la transformo. Mi imaginación se encarga.
Además de danzar en el contexto y el escenario, me ocupo de los personajes. Los analizo, converso con ellos, les leo el alma —privilegio que se logra en los libros mas no en la películas— escucho sus voces. Percibo sus perfumes y humores. Me enamoro de sus actitudes, me intriga su proceder, y cuando encuentro seres oscuros de retorcida intención, también experimento asombro. Un personaje complejo bien logrado, aunque tenga pinta de villano, complementa una buena historia, le otorga relieve.
Ubico el nudo de la trama en un universo temporal y espacial, invento los aromas de las calles por donde transitan los capítulos del relato, me visto como las mujeres que, con palabras y acciones, tejen la trama. Me transporto a ese otro mundo.
Leer así me reinventa la vida. Cada lectura me construye un poco, y porque no decirlo, algunas me destruyen otro tanto.
La buena literatura oculta dentro de sí el fenómeno del Ave Fénix, ardemos en el fuego de sus pasiones y encantos y osadías. Nos convierte en cenizas para luego resurgir como seres nuevos. Sin tregua buscamos, irremediablemente cae en nuestras manos un nuevo milagro de pasta y páginas, otro sólido cuerpo que abrazamos, que devoramos con los ojos y la imaginación.
El libro, en medio de esta vida que se viste de absurdos, resulta ser un compañero entrañable, íntimo, el amante perfecto que procura ese tipo de explosiva felicidad que comprendemos a fondo quienes no sobrevivimos sin el placer que procura la literatura.