¿Cuál será el origen del miedo? O ¿Por qué hay gente más miedosa que otra? ¿Cómo lo definen a usted sus miedos? Lauro, llamado así en honor a su abuela Laura, le ha temido a la oscuridad desde siempre. Aunque se aguanta “como los machos”, cada vez que está en tinieblas, aunque esté acompañado, siente que le falta la respiración. Él no recuerda que cuando tenía 5 años, sus primos, un poco mayores que él, le pusieron una venda y lo dejaron abandonado en una de las catacumbas de la ruinosa iglesia de la finca donde crecieron.
Obediente, aguantó sentado con la banda en los ojos por más de tres horas, hasta que se percató que no regresarían por él. La noche había caído y la estancia estaba completamente a oscuras. En su inocencia, se colocó otra vez el pañuelo sobre los ojos creyendo que así estaría más seguro. Los primos, mientras tanto, seguros que el niño estaría por regresar, cenaron ruidosamente sin que los adultos notaran la ausencia del pequeño Lauro.
Scrach, scrach, scrach ¿uñas rascando la pared? El niño empezó a temblar. Algo con garras se le estaba acercando mientras raspaba el húmedo muro arrancando volutas de argamasa. Inmediatamente contuvo la respiración y se quedó completamente inmóvil mientras un río de orines le recorrió la entrepierna hasta los zapatitos. Scrach, más cerca acompañado de una luz anaranjada titilante. Un aliento caliente, húmedo y con olor a alcohol se impregnó en su mejilla mientras una mano áspera se posó en su rodilla. Lauro se desmayó sin darse cuenta de que su padre le estaba haciendo una broma. Este último apoyó el farol de gas y el rastrillo con el que hoyó la pared y cargó a su hijo hasta la casa. La criatura pasó desmayada por horas y cuando despertó, dejó de hablar por semanas. Desde ese día se acabaron las bromas pesadas en la finca.
Lauro creció y como el resto de los hijos de los trabajadores de la finca, se hizo hombre en el ejercicio de la rutina diaria. Además de estudiar en las mañanas en la escuela del pueblo, por las tardes sacaba diferentes tareas relativas al campo. Eso sí, acabadas estas misiones o no, antes de caer la noche estaba puntualmente en su casa estudiando, con todas las luces encendidas. El cargo de conciencia hizo que nadie de la familia protestara. Nunca tuvieron el valor de confesarle la broma que le jugaron cuando apenas tenía cinco años.
Aquella semana las lluvias se fueron intensificando paulatinamente. Un huracán estaba atravesando Guatemala desde el norte hasta el sur y la finca requirió del trabajo de todas las manos disponibles para tratar de paliar los desastres. El ganado se había disgregado y fue necesario encontrar refugio porque ya era imposible regresar a los establos. Lauro tuvo que llevar las cinco vacas que encontró, apresuradamente, a las ruinas de la iglesia. Sin entender por qué, sintió que algo se le revolvió en el estómago. Ya no pudo salir de las ruinas y se tuvo que refugiar en la catacumba. Como pudo encontró unas ramas y encendió una hoguera que se apagó al filo de la medianoche.
Scrach, scrach, scrach… Su corazón se aceleró mientras su cuerpo se fue tensando. Intentó reanimar el fuego, pero sin aliento no hubo forma. Scrach; se empezó a quedar sin aire. Mientras el pavor lo fue invadiendo. Muy a lo lejos creyó recordar algo. Se desmayó mientras sufría un infarto. Dos días después lo encontraron; las hormigas ya habían hecho su trabajo. La autopsia reveló lo del infarto fulminante.
Lo que no pudieron descubrir fue por qué tenía la mandíbula retorcida por una mueca de terror.