Las mujeres vivimos en constante diálogo interior. Estoy segura de que no soy la única que pasa hablando con mí misma y mantengo conversaciones desde muy triviales hasta demasiado trascendentes.
Todas hablamos con nosotras mismas y ¡vaya que nos decimos de todo! Cuidado con eso que nos decimos, pueden ser pensamientos muy frívolos, hirientes o destructivos.
¿Sueno exagerada? No lo creo. Te lo ilustro de esta manera. Una mujer se levanta de la cama con el pelo un tanto charraludo, saca la balanza, se para sobre ella y deja que ese peso la defina ese día o esa semana. En el instante que su mirada y sus emociones contabilizan el número que se refleja en la pantalla, se generan pensamientos que se convierten en pláticas internas como ¡Qué cerda estoy! ¡Soy una chibola! ¡Soy una marrana! Sale del baño y busca entre su ropa algo que sea mágico y le ayude a disimular, pero nada –ni color, ni estilo, ni prenda– podrán hacer el milagro matutino, pues la imagen de la pesa parece que se tatuó en el cerebro.
Cuando le das permiso a la pesa, al espejo o al comentario de alguien más –esposo, hijos, suegra, amiga, etc.– que te defina, es muy complejo cambiar el chip. Especialmente porque el comentario no solo se ve, también se escucha e “interpreta” y se queda dando vueltas en nuestra mente y generan esas pláticas silenciosas.
Las conversaciones interiores son como una bomba atómica, se expanden y desencadenan emociones y sentimientos que han estado detrás de viejos temores, malas experiencias, errores del pasado o temas culturales. Lo cierto es que si no estás consciente son altamente nocivas.
Ya sabemos que el meollo del asunto no está en la pesa, en la talla, en el diploma o el aplauso –aunque algunos halagos sí contribuyen–, sino en el amor propio que suele verse como algo “lógico” u “obvio”, pero la verdad es que lo descuidamos y lo perdemos.
El amor propio es tan importante que es un mandamiento (Marcos 12:31). No debe sorprendernos que este mundo siga practicando la guerra, carezca de empatía y solidaridad si no se promueve el amor propio que después nos lleva a exteriorizarlo en nuestro círculo inmediato.
¿Qué significa el amor propio o autoestima? No es nada más que la percepción que tenemos de nosotras mismas, es decir cómo nos percibimos física y emocionalmente, la habilidad para reconocer nuestros atributos en la misma medida que notamos nuestras debilidades.
“Qué cleta soy, soy un desastre, son incapaz de hacer algo bien, a mí nada me sale bien, soy fea, gorda” son pequeñas expresiones de nuestro diálogo interior que debemos empezar a frenar, modificar o eliminar de nuestro sistema por otras como “Qué inteligente, qué gran mujer eres, qué hermosa amaneciste…”
¿Cómo nos ayudamos? Podemos empezar con un análisis muy sencillo y eficaz para sacar una radiografía que nos dé argumentos de lo que somos y llevamos dentro. El FODA, un acrónimo de fortalezas, oportunidades, debilidad y amenazas que abre una oportunidad para desarrollar una nueva forma de verte.
Una vez termines tu FODA sabrás cuáles son tus puntos fuertes y qué debes mejorar. Si haces el ejercicio en una hoja verás que no eres “una vaca echada, mensa o looser”, sino una mujer con resiliencia, con buen speech (facilidad de palabra), con habilidad para organizar y liderar, además descubrirás cuáles son las actividades que más disfrutas o en las que sobresales. ¡Sácale provecho a este ejercicio!
Escúchate hablar y verás que hasta ahora, posiblemente, no has tenido argumentos para reconocer todo lo que eres, haces y tienes. Te has enfocado solo en una parte de ti misma, pero es hora de que te reconcilies con esa otra parte, perdones tus errores y decidas amarte tal y como eres. Nadie te pide que seas perfecta.
Párate frente al espejo más grande que encuentres y repite “Mí misma, eres una pilas, estoy orgullosa de ti”. Tómate el tiempo para observar hasta dónde has llegado, encuentra esas canas, arrugas y hasta estrías que te muestren lo que has pasado para llegar hasta aquí.
“Te has estado criticando durante años y no ha funcionado.
Intenta aceptarte y observa qué ocurre”
Louise L. Hay.