Me di cuenta que mi dinero no podía ayudarlo imagen

La historia de como un hombre tratando de ayudar a un niño de escasos recursos, realizó que para ayudar, había que hacer mucho más que dar limosna.

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Ricardo iba saliendo de su trabajo una noche, camino a su casa y ansioso por ver a su familia luego de un largo día de trabajo. Eran aproximadamente las siete y media de la noche, pasaba por Boca del Monte, Villa Canales y el cielo estaba oscuro como la boca de un lobo. Repentinamente, a la orilla de la calle vio a un niño completamente solo, tenía diez u once años, no más y no pudo con la idea de dejarlo solo. Abrió la ventana y le preguntó qué le había pasado, el niño respondió que estaba perdido, buscaba jalón y su cara era de desdicha profunda. Le explicó que era de Jutiapa y había llegado a la capital a trabajar, pero que “al señor que lo había contratado no le había gustado su trabajo y lo había despedido.” No sabía como regresar a Jutiapa y no tenía a donde ir, su expresión desesperanzada movió el corazón de Ricardo. Lo llevó a comer a Pollo Campero y el niño se devoró la comida como si su boca llevara días sin probar un bocado, lo llevó a su casa y le consiguió ropa que lo cubriera del frío. Lo dejó en un hotel próximo a la estación de buses, con la habitación pagada y el dinero para comprar un boleto de bus que lo regresara a su anhelado hogar, encargándolo con los trabajadores del hotel para que lo cuidaran. Le instruyó que se fuera al día siguiente, pues había un viaje a las siete de la mañana. Se fue, con la certeza de haber hecho una buena obra con el niño, quien finalmente podría regresar a una casa donde ya no estuviera solo, donde alguien cuidara de él y se encargara de darle comida y un lugar donde dormir. 



Fotografía obtenida de Pixabay

Al día siguiente y a la misma hora, Ricardo salió de su trabajo y como era rutina pasó por la oscura carretera y anhelaba llegar a casa luego de una larga jornada. Cuál fue su sorpresa cuando pasando por el mismo punto que el día anterior, encontró al mismo niño al que dejó en el hotel la noche del día antes. Bajó el vidrio y le preguntó lo que había sucedido, él le respondió que había perdido el dinero y llorando afirmó que nuevamente no sabía que hacer, ni tenía a donde ir. Ricardo se fue y decidió no ayudarlo más, pensando que era tan poco probable que un niño tuviera tan mala suerte, que seguramente estaba tomándolo del pelo. Nunca supo si el niño en verdad había perdido el dinero, si había sido capaz de regresar a su hogar y si su desdicha era genuina o era un plan ideado por una mente superior, que en el afán de ganarse unos cuantos centavos, entrenaba a un inocente niño para que despertara la compasión de los demás. 



Fotografía por M Murcia

Al escuchar esta historia, pensé en el verdadero problema detrás del dar limosnas. Tantas veces en nuestra Guatemala, tratamos de dar lo que podemos a las personas que nos piden dinero en la calle, sin saber cuál es el verdadero paradero de nuestra ayuda. Sin embargo, en el fondo del problema existe un verdadero conflicto de conocimiento, ¿cómo podemos sacar a alguien de su situación si no conoce más que esa vida? ¿con qué recursos cuenta un niño para valerse por sí mismo si lo único que ha conocido es el rechazo y el abandono?



Fotografía obtenida de Pixabay

Cuando voy por la calle, suelo dar limosna a los ancianos y a los niños, pues considero que son los que más necesitan ayuda, ya que no pueden trabajar para cubrir sus necesidades. Sin embargo, este relato me deja una lección y una aspiración mayor para mi Guatemala. Un país en donde exista la certeza de que los niños necesitan ayuda, cuidado y protección, para crecer libres de miedo y poder sobrepasar la situación en la que nacieron; un hijo nunca debe ni puede efectivamente ser una fuente de dinero para sus padres. Un país en donde exista educación sexual, en donde los niños puedan ir a la escuela, porque sus padres fueron lo suficientemente responsables para acoger a un ser que no es lo suficientemente capaz de valerse por sí mismo. Un país en donde no existan niños con tanta desesperanza y confusión como el niño que encontró Ricardo. 

Estas son las metas a las que como país debemos aspirar, porque aunque a veces tengamos la buena intención de ayudar a un guatemalteco en situación de calle, este alivio que podemos darle es momentáneo. Realmente no lo podemos ayudar hasta que logremos un cambio sustancial en varios de los factores que hacen que esto exista: el trabajo infantil, la poca educación sexual, la parentalidad entendida como una fuente de ingresó más que como una responsabilidad, y la falta de amor y cariño que existe en los hogares; que hacen que un niño se sienta en la necesidad de irse de casa a buscar trabajo y quedarse solo y desamparado, sin el mínimo conocimiento de qué hacer por sí mismo. 

La niñez está hecha para crecer, aprender, ser acogidos y entender la diferencia entre una buena decisión y una mala decisión. Ningún niño debería de sentir el terrible temor de no saber qué hará el siguiente día para sobrevivir, de no tener un lugar donde dormir, ni unos brazos a los cuales acudir cuando el terror de un mundo desconocido es demasiado abrumante para él o ella. 

Y tú, ¿qué piensas?



Fotografía obtenida de Pixabay

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