La juventud tiende a satanizar la edad de los adultos. Los veinteañeros ven como verdaderos Matusalén a los que tienen treinta, cuarenta y el resto, por supuesto, ya son historia. Un acoso mordaz e inhumano, probablemente inconsciente, llueve cada día recordándonos a los adultos que nuestra fecha de caducidad está pronta a expirar. Algunas veces pegan centro y duele: las arrugas, las canas, la papada, la calvicie, la pérdida de ciertas habilidades, los dolores musculares, el ensanchamiento de la cintura, la consecuente incapacidad tecnológica, los achaques, contribuyen a que muchas veces el adulto se sienta destronado. Más, si estas características de la edad son remarcadas constantemente con malos gestos, miradas de impaciencia al cielo o palabras agrias.
El tiempo, sin embargo, es tan relativo. Recuerdo que uno de mis colaboradores, que llegó a trabajar con nosotros recién cumplidos los dieciocho, salió el año pasado a divertirse con sus compañeros de trabajo. Tuvo la iniciativa de entrar a un local de diversión para pasar el rato, pero sus tres acompañantes lo pararon en seco. “Chulis”, le dijo la más joven “no podés entrar porque es una disco para jóvenes”. Él cayó en cuenta de la brecha que significó tener cuarenta y cinco años y la distancia recorrida desde su primera juventud hasta el presente. En esas condiciones he visto caminar, hacia las mieles de la longevidad, a muchos que no hace mucho eran verdaderas beldades. En cuestiones laborales, aunque no es del todo cierto, las personas pierden oportunidades de empleo debido a la edad.
Hace poco me escribió una de mis lectoras muy indignada. No la dejaron entrar a un negocio a comprar comida “por su propia seguridad”. No hubo manera de hacer entender al guardia que necesitaba comer y por ende debía comprar los alimentos. En redes sociales he visto decenas de contemporáneos míos, un poquito más “chapoloniados” que yo, indignados por la exclusión de ciertos espacios en donde la discrecionalidad de los empleados es más ofensiva que preventiva. El resultado, la humillación de ser rechazados.
Claro que entiendo a la perfección que estamos viviendo circunstancias muy particulares, pero ¿esto es una excusa valedera para inhabilitar por ley a todos los mayores de sesenta años? Hombres y mujeres productivos tienen terminantemente prohibido acercarse a sus propios negocios y puestos de trabajo. De hecho, conozco a muchos amigos de mi generación que tienen secuestrados a sus padres desde hace meses. Qué manera de invalidar a por lo menos dos generaciones de chapines.
Todos corremos un peligro inminente de contagio si no nos cuidamos.
Si se ha llegado hasta estas edades es porque nos hemos sabido cuidar. Además, hay que tomar en cuenta algunos factores de supervivencia de los adultos por los que muchos jóvenes no han transitado. Entre estos el Conflicto Armado, el terremoto de 1976 y los 2 huracanes que destrozaron el país. Creo que la discriminación por edad es un trauma muy serio del que tanto las autoridades como otros ciudadanos se están haciendo cómplices.