El guatemalteco es un cúmulo de disquisiciones que giran, por lo general, en torno a un limbo abstracto de normas. Hay temas que son tabú y que, bajo ningún concepto, se tocan familiarmente. La religión, los preceptos morales, la educación, el sexo, las convenciones sociales y hasta la indiferencia dejan a la deriva las inquietudes de jóvenes que, no teniendo quién los oriente, deciden confiar en los consejos de sus amigos virtuales. Todas las respuestas, acertadas o no, y esto conviene tenerlo presente, están a un clic de distancia en la web. Resultados que, para muchos criterios, se transforman en los derroteros que han de seguir al pie de la letra.
Dejando de lado los escabrosos temas del sexo, la identidad, el empoderamiento, la igualdad, la religión, etcétera, hay un tema que siempre es difícil de manejar por la manera tan personal en que nos hiere y cómo las personas suelen enfrentarla. La muerte, con el gran misterio que la envuelve, es percibida de diferentes maneras y no siempre es sublimada correctamente. Aunque hay excepciones, en muchos hogares se maneja un sistema de culpas que contribuye a sumar a un pesar que, en lugar de disiparse con el tiempo, se afinca en los corazones de los dolientes, arrastrándolos a una innecesaria depresión.
¿Y el suicidio y “las grandes oportunidades de paz que este ofrece”? Si hay un tema peligroso en nuestra cultura es este. No se hace alusión a él “para no meterle malas ideas en la cabeza a las personas”. Mientras se ignora el tema, en una sociedad tan “chispuda” como la chapina, también suele hacerse de la vista gorda al problema del bullying, el machismo, y otras actitudes que denotan una profunda ignorancia e irresponsabilidad que desembocan en sentimientos autodestructivos. ¿Cómo sortear estos escabrosos temas? ¿Cómo identificar si alguno a nuestro alrededor necesita apoyo? ¿Pueden las redes sociales empujarnos a la depresión? Y la depresión, ¿a tomar decisiones fatales?
Muchos de los “memes” que circulan en Twitter, por ejemplo, son lapidarios y es obvio que están fuera de todo control. Los que no son racistas, son sexistas; los que no hieren a uno, acribillan al otro. Celebran, desde la perspectiva que los evalúo, lo más oscuro de la naturaleza humana y su degradación educativa, lo que se traduce a la falta de valores sustanciales. Las noticias falsas y el regodearse en sus consecuencias, entran en el juego. En este caso los tuiteros se ensañan con la honra de personas que difícilmente pueden defenderse.