Los médicos y demás personal sanitario son los gladiadores de esta pandemia. Cada día cruzan la línea de fuego, a su suerte, sin municiones ni armamento, solo les acompaña su valor y su vocación. En ese contexto los profesionales de la salud han salido nuevamente del campo de batalla por la única razón que suelen hacerlo: pedir ayuda.
Los galenos del Roosevelt han denunciado el colapso de uno de los hospitales de referencia del país. Lucen exhaustos y temen por su integridad física. Aun así, no se dan por vencidos y afirman que atravesarán la línea de fuego, las veces que sean necesarias, incluso sin contar con la protección. Están ahí para salvar vidas y es lo que hacen, aunque la propia peligre.
El primero y más importante frente de lucha ante el COVID-19, se siente desamparado y sin apoyo suficiente por parte del Gobierno. Los galenos han dicho que no soportarán por mucho tiempo más las condiciones y han dicho que están saturados. En efecto todos los hospitales que atienden casos de COVID-19 están al límite.
Unos mejor equipados que otros
En ese orden de ideas quiero poner en la palestra la discusión alrededor de dos imágenes que han circulado en las redes sociales. La primera es la de un equipo de profesionales de la Superintendencia de Administración Tributaria (SAT), que atiende a dos médicos. Los funcionarios de la SAT cuentan con equipos de protección de personas (trajes, guantes, lentes y mascarillas) y los médicos, solo tienen una mascarilla.
La imagen es paradójica y ojo que no estoy en contra de que los funcionarios de la SAT se protejan, es necesario que ellos preserven su salud, pero claramente se ha privilegiado la protección de unos en comparación a otros, cuando los segundos están evidentemente más expuestos a infectarse.
Otra imagen que es necesario, como mínimo debatir, es el tweet publicado por el doctor Edwin Asturias, quien pide “el sonido de cacerolas, pitos y matracas” para el personal sanitario. Desde luego, que este equipo merece un reconocimiento masivo de toda la ciudadanía. Pero, ante una crisis en la que el Gobierno ha sido incapaz de abastecer con insumos mínimos al personal de salud, es imperativo reflexionar respecto a la procedencia de esta exhortación, sobre todo cuando la misma proviene de una autoridad sanitaria. Sería distinto que la iniciativa proviniera de la propia ciudadanía o incluso del personal que está en la línea de fuego.
Desde la perspectiva de la comunicación en crisis a mi juicio esta invitación me parece desafortunada en el contexto actual. Los médicos no necesitan cacerolazos sino insumos.
Han pasado más de dos meses desde la primera vez que publiqué una columna que hacía referencia a la necesidad de equipar al personal sanitario de todos los hospitales y fue llamado alarmista. Incluso hubo quienes criticaron mi artículo, basado en cartas que los médicos hicieron públicas, aduciendo que los hospitales San Juan de Dios y Roosevelt no requerían equipamiento porque para ello había dos nosocomios designados para la atención del COVID-19.
Desde luego, que si en China y Europa los sistemas de salud, mucho más eficientes y mejor equipados colapsaron, también lo haría nuestra endeble red en Guatemala. El equipo de profesionales del Roosevelt ha manifestado su preocupación ante lo que parece un inminente colapso y ha pedido ayuda para no llegar a la atención de los pacientes en las banquetas.