La propagación inesperada y acelerada del Covid-19 por todo el mundo nos ha dejado grandes enseñanzas. Intentaré enumerar algunas de estas: la primera que se me viene a la mente es que, nadie o muy pocos, tienen garantizada su sostenibilidad financiera, incluso aquellos que lograron conservar sus empleos vieron como muchos de sus compañeros o personas cercanas fueron removidos de sus posiciones por recortes “estratégicos”.
Otra enseñanza fue que, es posible, en algunas posiciones, ser productivo sin estar físicamente presente en una oficina. Es decir que se puede laborar desde el hogar con la misma eficiencia que cuando desperdiciamos nuestro tiempo en engorrosos traslados.
Los países subdesarrollados repararon en la importancia de contar con un sistema de salud robusto y eficiente que sea capaz de brindarle una atención con calidad a la ciudadanía. Esto parece una obviedad, pero se hizo más evidente cuando personas, que usualmente se hubieran decantado por la salud privada tuvieron que hacer uso del sistema público. Esto respondió al colapso del mismo, la sobresaturación de los seguros y a la merma de la capacidad económica para poder hacerle frente a las milenarias cuentas de hospital.
El mundo duerme cada mañana a la espera el amanecer de las vacunas y anhela recuperar aquella normalidad naturalmente desvalorizada por las masas. La vacuna es casi un hecho, solo será cuestión de tiempo para que la gran mayoría esté inmunizada y el tan famoso Covid-19 languidezca y solo viva en una molesta memoria.
Pero la pandemia solo desnudó al mundo como la sociedad disfuncional que es. El problema sistémico de naciones como Guatemala no se resolverán con la vacuna contra el Covid-19. Lamentablemente no hay vacuna contra la pobreza, contra la falta de oportunidades, contra la desigual distribución de la riqueza ni contra el egoísmo.
Ojalá hubiese una vacuna contra la mezquindad y egoísmo de cierta clase política que se enriquece a costillas del pueblo, del clasismo, del racismo y de todos esos males sistémicos que nos sumergen en el fango. En conclusión, la pandemia ha golpeado a muchos, quizás a la mayoría, pero el aprendizaje en términos de empatía y solidaridad ha sido minúsculo.
La cura, la extinción del Covid-19 no nos garantiza una mejor calidad de vida, un estado de bienestar mínimo para envejecer con dignidad. Nuestro sistema es de la ley de trabajar o morir, sin garantías de nada, sin un Estado que nos proteja, que nos brinde una salud y educación lo suficientemente buena para salir de la pobreza, donde la mitad de los niños presenta rezagos en talla.
Solo si elevamos los límites inferiores y correlacionamos el crecimiento económico con la reducción de la pobreza podremos salir del fango en el que nos encontramos, pero si en lugar de eso nos revestimos de egoísmo y evadimos impuestos, como el caso del supermercado La Barata, esto será imposible, pues los recursos destinados al combate de la pobreza se irán al bolsillo de pocos.
Así que tristemente la esperanzadora vacuna que nos librará del Covid-19 no podrá erradicar los muchos factores que nos tienen sumergidos en la pobreza.