Por: Fernando José Cabrera Tello, Ingeniero Industrial, Counselor, Director de Proyectos del Instituto Internacional Juntos por la Vida (JUVID), organización que se dedica a la formación de valores que promuevan la dignidad humana, el matrimonio y la familia.
El 2020 trajo a la humanidad la pandemia del coronavirus, que con sus distintos matices, ha hecho evidentes problemáticas mucho más profundas que la pandemia misma. Dadas las restricciones que se han impuesto, entre ellas, el confinamiento, el distanciamiento social, el cierre y la falta de contacto humano se ha exacerbado en millones de personas el consumo de pornografía y todo lo que esta genera a nivel personal y social.
Parece temerario decir que la pornografía es una pandemia, pero dicha afirmación deja de parecerlo si comparamos la cantidad de contagios de COVID-19 desde el inicio de su aparición a abril 2021 que es de 137 millones de personas en el mundo con las últimas estadísticas que nos indican que el 80% de los jóvenes consume pornografía a diario, es decir, cerca de 960 millones de jóvenes (12.8% de la población mundial).
Dicho esto, tampoco resulta temerario afirmar que el consumo de pornografía es un problema de salud pública. ¿Qué tanto daño puede causar el consumo de pornografía en la persona? La respuesta a esta interrogante es devastadora pues al daño físico que genera hay que sumarle las consecuencias neurológicas, psicológicas, afectivas y trascendentales.
Cuando el ser humano se expone a contenido pornográfico, el cerebro recibe un hiper estímulo que hace que una serie de componentes químicos como la dopamina, oxitocina, delta fosB, entre otros, sean segregados de una manera desproporcionada que desequilibra el sistema de recompensa y le hace recordar qué fue lo que ocasionó ese estímulo para asegurarse de volver a repetirlo. Esto empieza a desarrollar una ritualización a partir del comportamiento compulsivo del consumo de pornografía que deriva en ingobernabilidad; es por esto, por lo que muchos científicos hoy la catalogan como la droga del siglo XXI.
A nivel psicológico hay problemas de autoestima y aceptación ya que los estándares que se observan en este tipo de contenido muestran todo menos lo que el sexo realmente es y mucho menos, la grandeza del acto sexual. Por otro lado, se busca la réplica de todo lo que se ve y la pornografía se ha convertido en el manual del abusador, puesto que según los últimos estudios, el 88% de los videos pornográficos contienen violencia física y verbal hacia la mujer.
En la dimensión afectiva y trascendental, la pornografía impermeabiliza el corazón para el encuentro con el amor verdadero, ya que su consumo conlleva la práctica de una serie de antivalores que incapacita el desarrollo de valores actitudinales importantes en las relaciones como la empatía, la capacidad de entrega y el sacrificio. El consumidor busca, única y exclusivamente, la satisfacción de sus propias “necesidades” y en este ciclo continuo se debilitan esas virtudes importantes que permiten relaciones con vínculos afectivos sanos.
A nivel social, se han encontrado fuertes vínculos entre la industria pornográfica y la trata de personas, lo cual supone que cada click, aparentemente inofensivo y anónimo, es un nivel de violación hacia las personas víctimas de este flagelo. Ante esta realidad, es una necedad considerar la pornografía como arte, terapia de pareja o curso de educación sexual para jóvenes; la pornografía es una pandemia que genera cientos de millones de damnificados por sus secuelas.
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo salir de ella? Al igual que el problema, la solución es integral. La pornografía es sólo la punta del iceberg; son muchos los detonantes que existen para que las personas inicien su consumo y deben ser abordarlos física, psicológica, afectiva y espiritualmente. Es vital darle un giro de 180º a la visión de la sexualidad para poder empezar a dejar la pornografía atrás, Se abraza el valor para que sea más fácil dejar el antivalor.
El mejor escenario de apoyo para un camino libre de pornografía es la familia, donde un individuo debería, idealmente, conocer y aprender los valores que hacen a los seres realmente humanos, a través del acompañamiento, la escucha y la dirección hacia un especialista, en caso fuera necesario. Actualmente, hay muchos programas que buscan ser el antídoto ante esta pandemia.
Existe y es posible una vida grandiosa después de la pornografía, en donde es posible vivir el verdadero amor.