La fundación Ammar Ayudando es un lugar distinto, en donde se vive un ambiente de armonía. El sueño de una mujer que encontró la necesidad que hay en nuestro país de que las personas tengan una muerte digna, sin dolor y en paz.
Miriam es una mujer admirable, uno la mira a los ojos y se ve como todos nosotros, sin embargo, en su corazón alberga una gran misión, una que se le fue entregada en la vida desde una edad sumamente joven. Ella es arquitecta y cuando era adolescente se dio cuenta de lo privilegiada que era, por lo que al volverse independiente y entrar a la universidad, decidió que quería devolverle a la vida un poco de lo que le había dado. Mientras era una estudiante, de forma valiente y decidida, empezó a ir por su cuenta por las áreas marginales del país, al basurero a ver que necesitaban las personas. Inició ayudando con lo que tuvo, una vez por semana, cargaba su carro y daba un poco de sí misma, sin esperar nada a cambio. Lo que más le gustaba era ver la reacción de un niño cuando le dabas un regalo, por lo que decidió que esa era su misión de vida y esto era lo que tenía que hacer. Para ella, poco a poco, esta forma de dar se volvió una manera de vivir, que más adelante transmitió a sus hijos y familia. Luego de varios años de hacer esto, un día la contactó una persona para contarle que inauguraban la Unidad Nacional de Oncología Pediátrica UNOP. Ella empezó a ir y poco a poco se enamoró del lugar, tomo un día de la semana para donar su tiempo y tratar de acompañar a los pacientes y a las familias en su dolor. “Las familias se volvieron parte de mi vida, mis amigos, personas a quienes quiero mucho”. A ella la llenaba enormemente esta labor y poco a poco, la institución empezó a necesitarla más, empezaron a llamarla cuando tenían que decirles a las familias que ya no había nada que hacer por sus niños. Los doctores entraban, explicaban lo que estaba sucediendo y ella se quedaba con los familiares acompañándolos y respondiendo sus dudas. Entonces Miriam empezó a interesarse por la muerte, a buscar libros y a ser autodidacta para tratar de entender el proceso por el cuál iban a pasar estas familias que ella tanto apreciaba. Se dio cuenta que cuando los mandaban a su casa, pues no podían seguirlos tratando, los bellos niños llegaban a morir muchas veces en situaciones completamente precarias, sin almohada, cama, medicamento para el dolor, ni electricidad. Ella les llevaba cosas, los visitaba, pero un día decidió que ya no podía seguir siendo así. Es así como decidió fundar un hospicio y creó formalmente una fundación, su idea era introducir un lugar en donde los niños y jóvenes de Guatemala pudieran tener una muerte digna. Casi de forma milagrosa y sin tener mucho dinero con el cual empezar, nace la fundación Ammar Ayudando. Ella, con su enorme fe y voluntad por lo que hace, ha ido generando un lugar de paz. A pesar del tabú que existe alrededor de la muerte, razón por la cuál mucha gente no quiere donar, ha mantenido a flote el proyecto por casi 20 años. Actualmente, ha empezado a abrirle las puertas a adultos y ancianos.
La fundación se centra en ayudar a las personas en el final de sus vidas, garantizando una transición digna, sin dolor y con un buen control de los síntomas. Cuenta con siete habitaciones completamente privadas para atender a cada paciente en su totalidad, con cuidados paliativos integrales, medicina, oxígeno y acompañamiento espiritual sin importar la religión de cada persona. La única condición es que vengan acompañados por un familiar que este con ellos todo el tiempo. Sin importar el nivel socioeconómico, Miriam asegura que las personas que llegan renacen, a pesar de estar muriendo. Dejan de ser “el paciente del cuarto 23” y se vuelven “Carla, la niña que siempre sonríe”. El personal se centra en atender a la persona, no solo a su enfermedad. En las habitaciones, las familias tienen un espacio para llorar, reír y resolver todo aquello que les falta, así como cumplir sus últimos deseos. Se fomenta que los pacientes cierren círculos e incluso, se han efectuado dos matrimonios en la fundación. Se dedican a cumplir sueños, brindar amor y acompañar a las personas que pasan por este proceso. Aceptan personas que tengan una enfermedad crónica, degenerativa con un pronóstico de vida menor a seis meses.
Escuchar a Miriam, es cambiar la percepción que tenemos de la muerte, de la vida y de la familia. Es admirable ver el trabajo que hacen allí y como lo único que quería al momento de ser entrevistada era que la gente de Guatemala supiera que tienen un lugar en donde se puede ir a morir en paz. Increíblemente, al salir de este lugar, me di cuenta de que la muerte no tiene que ser algo sombrío y que este lugar era todo lo contrario a la idea tétrica que tenemos de uno en donde la gente pasa sus últimos momentos. La última pregunta que le hice fue cómo lograba mantenerse feliz y serena viviendo todo el tiempo en el “adiós”, ella me contestó que era imposible romper en llanto y quebrarse cuando uno veía la fortaleza de las familias y los pacientes, así como la entereza con la que aceptaban su destino, luego de darles un tiempo de genuina tranquilidad. Recuerdan con amor a cada persona que ha ocupado sus habitaciones y los homenajean con fotos e historias. Lo que se vive allí es indescriptible, pero me deja esperanza de que sobretodo hoy, el día internacional de los cuidados paliativos, hay gente en nuestra Guatemala que vela por las personas con las que todos los demás ya se rindieron.
La muerte es un paso más, alguien que está muriendo sigue siendo un humano, necesitando amor, cariño y esperanza para cada momento que le queda.
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www.fundacionammarayudando.org
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