Hace algún tiempo en una tertulia ocasional escuché a una mujer de edad media asegurar que: la “medicina es una carrera para hombres”. Tal aseveración la asociaba a prejuicios históricos, sin mayores fundamentos académicos ni científicos. “La medicina es muy pesada, cansada, sacrificada… y ¿qué pasa si la mujer resulta embarazada durante la carrera? Seguro le tocará abandonarla.
No juzgo esa idea preconcebida, aunque claramente no la comparto, no lo hago porque entiendo que proviene de un contexto diferente al contemporáneo, a una realidad distinta a la que por fortuna les tocará vivir a mis hijas.
Esa idea proviene de un entorno, muy común a mediados del siglo XX, donde la responsabilidad del hombre era proveer el sustento y el rol de la mujer se vinculaba a la crianza de los hijos y a tareas del hogar.
Esta distribución equivocada de roles, en los cuales ambos géneros perdían (la mujer desaprovechaba sus talentos en áreas profesionales y académicas y el hombre se sobrecargaba en lo referente al tema financiero del hogar y se perdía el componente emocional y afectivo que implica ser corresponsable en la crianza de los niños), ha perdido fuerza en los primeros años del siglo XXI.
Ahora, vemos a mujeres más empoderadas, capaces de desarrollar con mucho éxito roles profesionales y familiares y a hombres mucho más comprometidos con la crianza de sus hijos. De hecho, la mujer cada vez toma un rol más protagónico en el mundo académico y profesional.
Estadísticas de matriculación universitaria elaboradas por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) reflejan ese salto de equidad de género que un país, aún machista, ha dado. Durante 2017 (último dato disponible) 392 mil 630 guatemaltecos se matricularon en alguna universidad, de estos 207 mil 831 fueron mujeres, es decir cerca del 53 por ciento.
El perfil estadístico de género del INE cita la distribución porcentual de mujeres ocupadas de 15 años y más. Los datos son elocuentes y aunque las plazas de directores y gerentes siguen siendo ligeramente más ocupadas por hombres 1.2 por ciento frente al 0.7 por ciento, hay un indicador que da mucha esperanza y es el involucramiento del género femenino en roles profesionales, científicos e intelectuales, en donde las féminas superan a los hombres (10.3 por ciento frente al 4.8 por ciento).
En lo referente a las ventas y servicios, la mujer toma ventaja frente al hombre (43.7 por ciento contra 16 por ciento). En la agricultura, agropecuaria, servicios forestales y pesca el género masculino se sitúa al frente con 26.4 por ciento respecto al 5.8 por ciento.
Personalmente, estas estadísticas me dieron un poco de paz, frente a una cultura históricamente machista.
Los niños tienen prohibido lavar
Nuestra generación, la de los padres que no superamos los 40, debe marcar una tendencia y ser la del “nunca más”. Se debe evitar retroceder en lo referente a la equidad de género. Hace un par de años mi hija acudía a un Day Care mixto. En una oportunidad las maestras realizaron una actividad que buscaba desarrollar responsabilidades y destrezas, los niños y las niñas debían lavar un limpiador.
El reclamo airado de un padre no se hizo esperar. “Mi hijo no debe lavar ropa porque no es mujer”, reprochó casi con violencia. Se le intentó explicar el objetivo de la dinámica, pero una semana después el niño ya no regresó a ese centro preescolar.
Aún es común escuchar a algunas abuelitas o madres de edad media, decirles a sus hijas: “Nena tú lava los platos, tu hermano no porque es hombre”.
Nos falta mucho por recorrer en cuanto al tema de equidad de género, pero hoy me quedaré con la data mostrada en este relato y la interpreto como una evidencia de que hemos dado los pasos correctos. ¿Usted qué opina?