Desde muy pequeña tuve y aún tengo la fortuna de tener a mis abuelos paternos y maternos con vida. Durante mi adolescencia compartir con mis abuelos no estaba entre mis prioridades y no fue hasta que me enfrenté a una operación de corazón que estas cambiaron. Enfrentarse a una situación de vida o muerte, como lo fue mi operación, me hizo cuestionar si aquello a lo que le daba más valor en realidad lo tenía.
Fue así como descubrí lo dichosa y el privilegio tan enorme que tengo de poder disfrutar con mis abuelitos.
De manera que, hice espacio en mi agenda para almorzar con ellos al menos una vez a la semana, promoví que los domingos almorzáramos todos juntos y me propuse llamarlos y escribirles con frecuencia.
Al hacerlo, me di cuenta de la soledad que, en ocasiones, enfrentan los abuelos y las abuelas.
El ritmo de vida de un joven o un adulto provoca, en muchos casos, que el trato con personas de la tercera edad se convierta en un “tengo que”. Así que, no solo me propuse hacer tiempo para compartir con ellos, sino que este fuera de amor y entrega verdadera.
Descubrí en ellos la fuente de orgullo más grande, ya que, para ellos, los triunfos de sus nietos son doblemente válidos, pues, implican el éxito de sus propios hijos. Descubrí la historia de Guatemala en sus relatos, en sus anécdotas y sobre todo en sus experiencias de vida.
Pero, de todo, lo más importante fue descubrir en ellos una necesidad de amor tan grande pues, con la edad, estos dejan de trabajar, empiezan a moverse lento, su memoria empieza a fallar y lo único que les queda es nuestra compañía.
Descubrí en mis abuelos, un amor incondicional, una entrega completa por consentir mis caprichos y un deseo enorme de atención, compañía y cariño. Y, después de todos estos años en que los he disfrutado, empiezo a ver como esa luz en ellos se apaga. El corazón se me acongoja cada vez que los encuentro incapaces de subir gradas, hacer fuerzas, manejar o incluso recordar algunas cosas.
Veo como sus cuerpos empiezan a adelgazarse y cada vez más los encuentro frágiles. Y solo pensar que un día no estarán me provoca una tristeza enorme. Así que, en este Día de los Abuelitos, los celebraré y me propondré disfrutar de ellos mientras aún caminemos juntos por la vida. Y, a quienes aún tienen a sus abuelos con vida, los invito a buscarles, visitarles y sobre todo darles cariño.