La delgada línea entre decir muchacha y ofender imagen

Las personas que me ayudan en casa son muy valiosas para que mi empresa familiar funcione con sinergia. Me refiero a la empresa llamada: hogar.

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Las personas que me ayudan en casa son muy valiosas para que mi empresa familiar funcione con sinergia. Me refiero a la empresa llamada: hogar.

Siempre he sido agradecida con cada una, porque le brindan a mi casa su tiempo y su cariño, algo que seguramente le está haciendo falta al suyo por estar conmigo.

Cuando las personas hablan de ellas, no me deja de sorprender lo despectivas que son. Concretamente me quiero referir a tres episodios que no olvido:

1. En casa de un familiar: Esa noche teníamos una cena, en la mesa estaba un perol enorme con pepián, revolcado, tamales, frijoles con y sin chorizo, huevos, queso, crema, tortillas y variedad de pan. En la cocina estaba el jardinero de la familia y le sirvieron la cena que era una plasta de frijoles, un pedazo pequeño de queso fresco y dos tortillas. Ver a ese hombre comerse ese plato con tanta hambre y luego ver la mesa llena de comida que no le compartieron me partió el corazón.

Esa noche no cené, nadie se enteró por qué no comí. En mi memoria están los dedos regordetes de la señora de la casa que guardaba el queso en un recipiente bastante pequeño para lo abundante que era.

2. En un grupo para conseguir “maids”: Alguien compartió el tip de comprar kétchup, pan y embutidos para la empleada y otros para toda la familia. Obviamente la comida de la empleada era de baja calidad y más barata.

3. Otro tip: En una comunidad similar fue que se les tuviera siempre muchas tortillas, así se llenaban más rápido para que dejaran de comerse la comida de la patrona.

Siempre he pensado que si no se puede tratar con dignidad y tener la refrigeradora con comida para todos los miembros de la familia (incluida la niñera) es mejor asumir esa limitante y no tener a nadie que colabore en los oficios domésticos.

Con tremenda vergüenza debo reconocer que hace unos cuantos años todavía defendí el término “muchacha” en una reunión entre amigos. Crecí escuchándolo como lo más normal del mundo. Pero luego mientras darle vueltas al asunto me di cuenta que es un término peyorativo.

También crecí viendo como comían en la cocina y eran las primeras en levantarse y las últimas en acostarse.

¿Le pagas el sueldo mínimo a tu muchacha?, escuché preguntarle a alguien en una piñata. “No, pero le doy techo, comida y donde vivir. Su cuarto tiene tele” contestó la otra. Como si esos beneficios compensaran estar al servicio de alguien 24 horas.

Es momento de crear conciencia alrededor de un tema que por años nos han hecho replicar patrones racistas, egoístas y discriminatorios. 

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