¿Qué es el amor? Esta pregunta se la hacen, con demasiada frecuencia, aquellos que nunca han podido alcanzarlo, pero que lo anhelan con toda el alma. Bien por egoísmo, miedo, o ya porque no han sabido leer los síntomas del enamoramiento, muchas veces este pasa de largo por sus vidas sin que puedan retenerlo más allá de la infatuación. Los teóricos, un poco fríos y distantes a las consecuencias de un corazón flechado por Cupido, han llegado a desarrollar perfiles de lo sano y lo enfermo; de lo permitido y de lo que no lo es. Desde esta perspectiva pareciera que, para muchos, no existiera la posibilidad de amar y ser amado. No reúnen los ingredientes de la receta. El individualismo tiende a pesar en las posturas, de los más pragmáticos, que son los que finalmente parecieran dictar las reglas de cómo tenemos que interrelacionarnos con otras personas.
El libreto de La dama de las camelias, o Margarita Gautier como fue publicado recientemente, se basa en una experiencia autobiográfica de Alejandro Dumas. Autor considerado como el creador de una de las novelas de amor más importantes de todos los tiempos. El gestor de la síntesis teatral, Luis Armando López Bautista, sintetiza en poco más de hora y media, un torbellino de pasiones que nos trasportan al París sibarita de mediados de siglo XIX. Escenario en el que Armando Duval, un joven, ingenuo y sensible hombre (interpretado por Vitto Leal), se infatúa perdidamente de una fría y astuta dama de compañía (Fiorella Melini), centro de convergencia de la vida galante de aquella metrópoli. París, en 1850, se abría a la modernidad y, justo en aquel momento, sus costumbres se distendían para escarnio de sus provincias más conservadoras. Ciudades aquellas que, escandalizadas, la vieron crecer y transformarse al poco tiempo en “La ciudad de la luz”.
Duval pierde la razón arrebatado por el amor a Margarita y, en el camino, cae de cabeza en la trampa de sus propias veleidades. Los sentimientos le traicionan. Su corazón, por arriba de la conveniencia, le arrastra en un torbellino que no alcanza cordura alguna, encontrando en la pasión desenfrenada, la gloria y el infierno al mismo tiempo. Dolor y éxtasis, sumisión y rebeldía, vida y muerte, guerra y rendición. No hay salida, ni medida, que aplaque los sentimientos del galán que, ya apresado en la inercia que arrastra a Margarita hacia su fatal desenlace, se deja llevar más allá de la misma pasión.
Fría y calculadora, una matrona -Helena Solares- domeña a su conveniencia, el futuro de los dos amantes. Mientras, Nanina (Miriam Miyares) y Gastón (Luis Vargas) dan un soporte psicológico al desorientado Armando Duval. La dama de las Camelias es una historia de amor imposible que, de manera contradictoria, se convierte en un hecho sublime que trasciende más allá de la muerte. En este trabajo las emociones convergentes hacen que la víctima se trasforme en victimario y que la cazadora se trasforme en presa. Para luego trascender en el ánimo del público a otro estadio en el que todo es posible.
Queridos lectores, los invito a compartir conmigo este hecho escénico del cual soy director y actor al mismo tiempo. Experiencia que me llena de satisfacción por la dimensión que encierra. Si desea información, ingrese en las redes sociales al sitio: Cofradía Escarlata.