Historias de Pueblo: Las leyendas de Pueblo Viejo (Primera Parte) imagen

El valle en donde están hoy las ruinas de Pueblo Viejo está infestado de leyendas. Desde un gigante que se comió a una tribu hasta un río que arrasó con una aldea. Otra historia a la saga.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Este relato es la sexta historia de la saga “Historias de Pueblo” contadas por Alfonso R. Ceibal e inmortalizadas por la pluma de Juan Diego Godoy.

Ahora parece que el viento, mientras desfila por el amplio valle de lo que alguna vez fue un espacio habitado, grita al pasar sobre la ruina frontal de la antigua Iglesia de San Sebastian. Ahora parece que todo está en silencio y calma, pero hace 115 años la aldea de Pueblo Viejo no era un lugar abandonado ni sepultado en historia y gritos fantasmales. Era la cabecera del municipio de San Sebastián, al centro del misterioso, increíble e inexplorado departamento de Huehuetenango, y hace más de cien años sus habitantes vivían sin ninguna preocupación más que pequeñas inundaciones muy de vez en cuando causa del Río Seleguá, que nace en la Sierra de los Cuchumatanes hasta desembocar en tierras mexicanas. 




Pero el nombre de Pueblo Viejo le fue otorgado a ese espacio no con mucho gusto, sino con nostalgia. El bautizo de ese pedazo de tierra fue forzado, y el nombre y apellido fueron testigos de lo que sucedió y luego contaron sus asustados sobrevivientes. Cuando todavía era cabecera, el lugar era conocido como el “Valle del Esquizal” y antes de eso, una leyenda maya utilizó ese mismo lugar como cuna de relatos. 

El gigante del cerro vecino

De acuerdo con la tradición oral y los relatos míticos que reinan hace incontable años en una Guatemala sumergida en la cosmovisión y los antiguos dioses de la cultura maya, casi todos los rincones de nuestro país acuñan una leyenda. El valle de Pueblo Viejo no es la excepción. Los murmullos que hoy recorren las calles del municipio de San Sebastian sugieren que hace muchísimos años, durante la época precolombina, en lo que hoy es la aldea de Pueblo Viejo y antes fue el Valle del Esquizal, habitó una “tribu maya” por algunos años. Los primeros habitantes del lugar, separado del cerro vecino por un inmenso barranco, comenzaron a notar que durante las noches una fogata inmensa ardía en el cerro vecino. La curiosidad fue creciendo dado que en el cerro que ellos estaban, la madera era muy húmeda y sus fogatas no duraban tanto tiempo, ni calentaban lo suficiente. Los niños enfermaban rápido y el miedo de la noche oscura era cada vez mayor ante la poca fuerza que la luz de su mediocre fogata brindaba. Pero tal era la magnitud de aquel fuego ajeno que, sin llevar más de un mes instalados, los señores de la tribu decidieron explorar el otro cerro para identificar quien o quiénes eran los autores de semejante fogata nocturna. Muchos creían que eran los dioses quienes, todas las noches, a falta de estrellas, encendían una fogata para alumbrar el lugar. Más teorías surgieron y ante la incertidumbre, la exploración fue inminente. 




Así que un grupo de varios hombres se desplazaron hasta el otro cerro. Cuando llegaron, su impresión fue tal que pensaron que nadie les creería. Allí, justo en la cima del lugar, estaba sentado alrededor de la magistral fogata, un hombre de al menos unos tres metros de altura, barbas grises y largas y un largo abrigo de pieles. No hubieran podido luchar con aquel gigante. Ni todos los hombres eran contrincante difícil para aquel ser cuya fuerza debía ser la de un oso. De rodillas y con las armas en el suelo, los exploradores le preguntaron si era un dios o el enviado de algún dios. Él les dijo que su trabajo era encender esa fogata todas las noches y apagarla todos los días. Nada más. Los hombres, confiados del buen modo del gigante, llegaron a un acuerdo con su nuevo amigo: ellos le traerían carne para que se alimentara durante las largas jornadas de la noche a cambio que el les proporcionara esa madera con la que lograba encender tales fogatas. Sellaron con sangre el pacto y, las primeras semanas todo funcionó.

Carne de conejo

En grupos de cinco niños, todas las noches cada grupo era el encargado de llevarle tres libras de carne de conejo al gigante quien a cambio les proporcionaba tres leños de su madera preciosa capaz de hacer que una fogata que durara toda la noche. Cuando el gigante probó la carne de conejo, sintió un inexplicable placer y, cada vez con más gana, esperaba a que cayera la noche para que los niños se presentaran con más carne. Cortaba leña durante el día y por las noches comía. Poco a poco, las tres libras dejaron de saciarle. Exigió más pero se negaba a entregar más leños. Tal fue su desesperación ante la negativa de la tribu que pensó que quizás la carne que le daban era carne de niño. 

Una noche, sin pensarlo, recibió las tres libras de conejo y de un manotazo, asesinó a los cinco niños que la traían. Aquella noche la fogata del gigante brilló más que nunca y el festín de carne de conejo y carne de niño fue “espectacular”. Entonces, el gigante tuvo una idea y aunque eso significara traicionar el acuerdo, la carne que había probado valía la pena, la traición y la guerra.

(Continuará)

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