Historias de Pueblo: La historia oculta de los Marqueses de Linares (I) imagen

De los Marqueses de Linares solo queda una leyenda y aquella curiosidad perpetua para los que siempre se cuestionarán: ¿Hubo un incesto, un asesinato, un secreto y un fantasma?

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

ESTE RELATO ES LA DÉCIMA HISTORIA DE LA SAGA “HISTORIAS DE PUEBLO”, CONTADAS POR ALFONSO R. CEIBAL E INMORTALIZADAS POR LA PLUMA DE JUAN DIEGO GODOY (con la excepción de que esta historia no sucedió en Guatemala).

Es, quizás, una de las historias más polémicas de las realezas del Madrid del siglo XIX. Por el paso del tiempo, nadie sabrá exactamente qué sucedió dentro de las paredes del Palacio de Linares, y poco se podrá comprobar si lo que narran los chismorreos de la calle es cierto o falso. Lo único que queda es una leyenda, muy bien armada eso sí, y aquella curiosidad perpetua que invade a los madrileños, turistas y escritores que no pueden pasar de frente a la construcción sin detenerse un momento, respirar profundamente y cuestionarse: ¿Hubo un incesto, un asesinato, un secreto y un fantasma dentro de estas lujosas paredes?

Londres y 1857

Caminaba por el barrio de Lavapiés en aquella Madrid de mediados de 1800. José de Murga se dirigía a la esquina de siempre, en donde hace algunos meses había iniciado una relación tan romántica como prohibida con Raimunda de Osorio y Ortega, la hija de una cigarrera.  Benita Ortega y Arregui había dado a luz a su única hija en el peor momento. Sola, pobre y desdichada, apenas tenía para vivir y que no tenía nada más que ofrecerle a su hija que frío en invierno, calor en verano y comida si es que la venta de tabacos florecía ante la necesidad de los caballeros y damas del buen vivir de llenarse de humo los pulmones. Pero como la vida da más que lo que quita, Raimunda había logrado capturar la atención de uno de los jóvenes más ricos de aquel Madrid incierto y los aires de prosperidad para la desdicha comenzaban a acercarse, literalmente, a la esquina de Lavapiés.

José de Murga se detuvo en seco. Tomó la mano de Raimunda y se alejaron del bullicio. El joven vasco, segundogénito y heredero de la inmensa fortuna del financiero Mateo de Murga y Michelena y de Margarita Reloid y Gómez, no parecía contento con los asares de su destino. La hija de la cigarrera lo percibió en su mirada. 

Mi padre quiere que parta a Londres de inmediato. Insiste en que debo estudiar unos años allí. Me ha dicho también que no está de acuerdo con nuestra relación y que me despida de ti.

El beso que le siguió a la extraña despedida pareció eterno. José de Murga prometió volver a por ella y convencer a sus padres. Raimunda prometió dejar de fantasear con una vida que no era suya y vender más tabacos. Nunca le prometió esperarlo, aunque en el fondo era esa su única opción. 

Pasaron los años y el 21 de septiembre de 1857, en la grisácea capital inglesa, el vasco recibió una trágica noticia. Sus padres habían muerto. La fortuna era suya. Las negociaciones referentes al amor ya no tenían sentido porque el obstáculo había desaparecido. Un par de lágrimas le siguieron a la noticia y un par de minutos después, José de Murga se preparaba para partir a Madrid a recuperar lo que era suyo.

El secreto entre el tabaco

Raimunda dio su “sí” definitivo ante un José de Murga que le pedía pasar el resto de su vida con ella. Los jóvenes se casaron en junio de 1858 y comenzaron a vivir con la fortuna por la que ninguno había trabajado. Una década más tarde, una noche de otoño, después de haber jugado como dos críos entre las sábanas, jurarse amor eterno y entregarse carnalmente como si fuese el último día de sus vidas, llamaron a la puerta de la habitación. José de Murga salió para encontrarse con una de las criadas que le entregó una carta con su nombre. La firmaba su padre, dos días antes de morir. 

– ¿Y esto?

– Su padre me pidió que se la enviara a Londres. Debo pedirle disculpas porque entre tanto ajetreo durante esos días, olvidé hacerlo. Discúlpeme usted, no era mi intención fallarle a su padre con el último de sus deseos. Estando usted aquí, cumplo con lo que me solicitó don Mateo, aunque hayan pasado tantos años. Lo lamento muchísimo… 

José de Murga no dijo más. Entró a la habitación y leyó. 

19 / VII / 1857

Hijo mío. 

Londres podrá ser gris y cruel y en este momento, quizás la mejor descripción de lo que pensarás de tu padre, que a pesar de sus defectos sabe perfectamente que lo que no te conviene es aquella relación que nos revelaste a tu madre y a mí. Sabrás que estar allá es la mejor opción para dejar atrás amores vacíos, amores que no sirven, amores de hormonas, como el de la hija de la cigarrera de Lavapiés. Encontrarás, lo sé, a una mujer que te merezca, a alguien que te haga feliz y con quien puedas vivir la vida que siempre has querido, con las comodidades y ventajas que la vida te ha regalado. 

Pensarás que esta carta te ha llegado tarde y será cierto. He tardado en escribirla porque lo que he de contarte me avergüenza lo suficiente como para decirlo así sin más. Más allá de las clases sociales, apariencias e intereses, la razón por la que me rehusé a que desarrollaras una relación profunda e íntima con la hija de la cigarrera es porque ella es tu hermana. Benita Ortega y Arregui, la cigarrera, y yo tuvimos una relación intensa que duró poco. Hay amores que no prosperan las barreras impuestas por la sociedad que a veces es cruel y castigadora. Con todo el dolor en el corazón, Benita y yo acordamos no comentar nada. No les he abandonado, tampoco soy esa clase de hombre. Una vez al mes me paseo por Lavapiés y entrego un sobre con una generosa cantidad de dinero para la manutención de Raimunda. Pero esas ya son interioridades que no le competen a esta carta. 

En fin, hijo mío. Si te casas con Raimunda, estarías casándote con tu media hermana. Estar con esa mujer es la peor decisión que puedes tomar. Por favor, hazle caso a tu padre, enfócate en tus estudios en el hermoso Londres y enamórate de quien sea, menos de la hija de la cigarrera.

– Mateo de Murga y Michelana (1857)

La carta cayó lentamente al suelo. José de Murga se desplomó en el suelo. Cuando Raimunda se acercó, lo único que su medio hermano pudo hacer fue decirle que leyera el papel. En la habitación reinó un silencio vacío y frío, uno que se mantuvo por casi un mes en el que los hermanastros casi no se dirigieron la palabra. 

Fue Raimunda quien rompió el silencio con una noticia que complicaría todo aún más. 

Estaba embarazada. 

Continuará

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