Hablemos de los maestros que inspiran, los que dan mucho más dentro y fuera del aula imagen

Una dirigencia magisterial que se embriaga en la Plaza de la Constitución, hace que olvidemos a los docentes que dejan todo por sus alumnos y que construyen un legado que trasciende

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Crecí a la vecindad de la escuela pública de Párvulos Josefina Orellana. Empecé a ir a ese centro de estudios a los 2 años. Mi mamá era maestra de grado y yo lloraba por acompañarle. Así que ella me encomendaba en el aula de infantes de tres años, donde pasaba feliz mis mañanas.

Con dificultad y con la ayuda de una vieja fotografía logró reconocer a la seño Elvita, mi primera mentora. Fue en esa escuela donde también conocí a la seño Glenda, Claudia, Magnolia y otras más que siempre estarán presentes en mi memoria.

Era un claustro de profesoras que trabajaba con mística, que organizaban excursiones y actividades extra aula sin importar que tuvieran que sacar de sus propias bolsas para hacerle frente a los gastos que eso implicaba.

Mi mamá, quien se convirtió años después en directora de ese plantel, fue parte de un grupo de maestras que bailaban, cantaban y se esforzaban para que cada día fuera de mucho aprendizaje para los niños.

Un día de esos grises la seño Anabella, mi madre, ya muy enferma y cansada renunció a las aulas y se fue a sobrevivir los últimos meses a casa, donde finalmente el cáncer la venció.

Pero la mística de ese grupo de maestras no murió con mi mamá, ese grupo de profesoras de altos quilates continúo con una labor de entrega para con los niños. Ellas no sabían de paros, ni de protestas, mucho menos de bailes burdos y alcohol en plena Plaza de la Constitución. Ellas solo sabían que su función social era formar a los niños del mañana.

Mis Heidy

Con once años fui una mañana de agosto, de esas donde no alumbra el sol, a un colegio en la zona 1. Cursaba quinto primaria y hacia un par de semanas que había perdido a mi mamá. Estaba distraído, ausente, no quería estudiar. Tenía la mirada perdida, estaba partido por dentro. Ella, una maestra de complexión media, tez morena, de cabellos negros y largos, como mi tristeza, me vio a los ojos y con una voz dulce me preguntó qué pasaba.

Ella lo sabía, ambos conocíamos las razones de mi ausencia, pero ella fue capaz de descifrar mi dolor y la necesidad de un abrazo. Me sacó del aula, me abrazó con fuerza y ese momento fue un bálsamo para mi desesperanza. Mojé sus hombros y su cabello. Hablamos mucho, quizás un periodo de clases o dos y en ese momento supe que había encontrado no a una maestra, sino a una amiga.

Salí de la primaria y jamás supe de ella, pero le recuerdo con entrañable cariño. En el día del maestro evito pensar en Joviel y su séquito de lambiscones, pienso en mi mamá y en el tremendo equipo que un día integró, en miss Heidy y en esas maestras rurales que lo dejan todo por sus alumnos, que enseñan entre el fango, con blocks en lugar de pupitres, sin material didáctico, sin condiciones pero con un inquebrantable espíritu y con mucha pasión. 

Aplaudo la labor de Nely Mayén y su admirable lucha por encontrar a sus alumnos tras la tragedia en el volcán de Fuego. A veces la amarga cotidianidad, los intereses espurios de algunos maestros, nos hacen olvidar a los docentes que lo dejan todo y que dan mucho más de lo que les corresponde. Hoy rindo tribuno a los buenos mentores que por fortuna son muchos, a esos que dejan un legado mucho más grande que los holgazanes que se dejan dictar la plana por Joviel. 

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