Los resultados arrojados por un estudio reciente, elaborado por Transparencia Internacional y publicado por Acción Ciudadana, confirman la frustración que como ciudadanos experimentamos cada día. Somos un país corrupto, el cuarto más corrupto de América Latina, al menos esa es la forma en que nos perciben.
El Índice de Percepción de la Corrupción arroja que el país obtuvo 28 puntos de 100 posibles, donde 100 es incorruptible y 0 es completamente corrupto. Evidentemente estamos más cerca del sótano que de la cima.
El estudio se basa en siete fuentes informativas y es un reflejo de nuestro país en temas de transparencia y de lo alejados que estamos de ser una nación que toma distancia de la “vieja política” y de las longevas prácticas oscuras que se han convertido en un “elemento cultural”.
Pero qué podemos esperar si hasta el mismo presidente Morales afirmó en una entrevista con el periodista Jorge Ramos que la corrupción “era normal”.
Guatemala mantuvo la indeseable calificación de 28 puntos, la cual arrastra desde 2016, pero retrocede siete puestos y se sitúa en el lugar 143 de 180 países. Además se muestra alejado de la media (43 puntos).
Es decir que la percepción que proyectamos al mundo es la de un país que no avanza, que no reduce sus prácticas corruptas. Nos perciben como una nación que no logra tomar distancia de la “vieja política”, de esa que tanto se habló durante la pasada campaña, la del infantil y trillado slogan “ni corrupto ni ladrón”, frase lo suficientemente vacía para valerle la silla presidencial a Morales, a quien la banda le queda grande.
¿Qué aspectos consideran que contribuyen a que nos perciban como un país corrupto, el cuarto más corrupto de América? Se me ocurren un par de aspectos: aquel famoso intento por legislar a favor de la impunidad, denominado #Pactodecorruptos, el intento de expulsión del comisionado Iván Velásquez, justamente después de que se promoviera un antejuicio contra el presidente, los excesos del dignatario en consumo de alimentos y artículos de lujo y por supuesto el famoso bono militar, entre otros.
Lo cierto es que podemos ver el vaso medio lleno o medio vacío. Personalmente prefiero pensar que el sector justicia ha dado pasos agigantados en la lucha contra la corrupción enraizada en nuestras instituciones. Vincular a procesos penales a ex presidentes y desenmascarar prácticas corruptas en entidades públicas que nunca antes habían sido investigadas son prueba de que hay muchas acciones que buscan que ese índice pueda mejorar en los próximos años.
Pero ojo que se viene la elección del fiscal general y jefe del Ministerio Público, quien deberá continuar con las investigaciones iniciadas por Thelma Aldana y el comisionado Velásquez. Ésta designación seguramente influirá en que seamos percibidos como un país corrupto que intenta serlo menos cada día o un país cínico con prácticas oscuras y que rehúye de la transparencia. ¿Cómo queremos que este índice nos califique en los próximos años?
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