Aunque parezca increíble, el Síndrome de Jerusalén es real. No es ningún secreto que ciertos de individuos se sienten atraídos a Jerusalén y a peregrinar por Tierra Santa, en busca de una experiencia sobrenatural. Yo fui uno de ellos y esa fue una de las principales razones por las que tomé mis maletas y me embarqué en una aventura que me llevó a Israel y Palestina.
El viaje fue una experiencia histórica, académica y espiritual única. Ver y vivir esa convergencia de diversas religiones en un mismo espacio que consideran sagrado por mil razones distintas es impresionante. Ortodoxos, armenios, egipcios, cristianos, judíos, musulmanes; cada quien con sus ritos, creencias y rezos. Pero, más allá de mi experiencia, hubo un aspecto que llamó mi atención: la existencia del Síndrome de Jerusalén. Me lo mencionaron estando allá, pero fue hasta que regresé que decidí investigarlo y esto fue lo que encontré.
Los que se creen el Mesías
El Doctor Yair Bar fue el primero en identificar clínicamente el síndrome de Jerusalén. Bar-El examinó a 470 turistas, declarados temporalmente dementes, que fueron atendidos entre 1979 y 1993, y extrajo de su estudio algunas conclusiones fascinantes. De los 470 visitantes del mundo entero que estuvieron internados allí, 66% eran judíos, 33% cristianos, y el 1% no tenía afiliación religiosa definida.
Un psiquiatra israelí (Doctor Monshe Kalian) explicó que “quienes padecen esta enfermedad ven a Jerusalén como el escenario de una actuación dramática y que la mayoría de los que padecen el síndrome ven a Jerusalén como el lugar en el que deben cumplir con su misión divina”.
Entre los que padecen este síndrome están los que se creen mesías, los inadaptados, los turbados y los espiritualmente implicados. Deleitados por la atmósfera especial del Muro de los Lamentos (el muro occidental de Jerusalén al que acuden los judíos a asistir a una bar-mitzvá y orar) “su psique se inflama con la santidad histórica en la que se sienten inmersos”, asegura el Doctor Bar-El. Aunque otros sitios de Jerusalén también los atraen, el Muro es el lugar predilecto de tales individuos, en especial de los judíos. Los períodos críticos son las festividades religiosas como la Navidad.
Al parecer, este síndrome en términos médicos es “un trastorno disociativo histérico”. En otras palabras, los enfermos generan otra personalidad que luego no serán capaces de recordar. Se trata de una quiebra del sentido común ante la sobrecarga espiritual que flota en el ambiente, ante tanta religión, ideología, historia, mitología, concentradas en cada piedra de esta ciudad, y sus evidentes consecuencias: guerras, cruzadas, conquistas, masacres, éxodos, martirios, milagros, caridades, tiranía, intolerancia, arte y destrucción.
Mi experiencia en el Muro
La respuesta a su pregunta es “no”. No vi a ninguna persona vagando por las calles que yo identificara como portador del síndrome. Sin embargo mi experiencia en el Muro de los Lamentos fue muy impresionante. A simple vista, el muro es un muro. Pero por eso dicen que no hay que juzgar un libro por su portada, por el “simple muro” esconde una experiencia única. Luego de colocarme mi kiphá (aquel sombrerillo redondo que se colocan los judíos en la coronilla de la cabeza y que es obligatorio para entrar a la zona del muro) entré al área para toparme con cientos de judíos. Fui un viernes en la tarde, justo antes del sábado, el momento perfecto.
El muro está dividido en dos partes. La externa y la interna, por llamarlas así. En la externa (que es la que sale en las fotografías) ves a judíos y turistas (porque yo también lo hice en aras de vivir la experiencia completa) escribiendo ofrendas en un trozo de papel e incrustándolas en las piedras del muro. ¡Es increíble la cantidad de papeles que hay entre las rocas! Como si fueran el cemento que las unen, millones de plegarias están incrustadas en un muro de miles de años. Quienes ponen su plegaria luego ofrecen una oración en silencio, de frente al muro y con las dos manos sobre las rocas.
Pero quizás lo más impresionante está en la parte interna. Es un sitio techado, como un túnel, pero a un costado está el muro. Allí se reúnen miles de judíos a rezar en alto y recitar cientos de plegarias. Rabinos, niños, jóvenes se sientan a leer las sagradas escrituras y a orar. Es increíble ver la devoción de los judíos quienes a veces hacen movimiento extraños (como que si bailaran o temblaran y no pudieran contenerse) por la “espiritualidad que se vive”. A cualquiera le impresiona esto. Es increíble.
A pesar de la espiritualidad del Muro de los Lamentos y la vivencia sobrenatural que puede experimentarse estando allí, o en cualquier lugar de Jerusalén, el Síndrome solo afecta a algunos pocos. Pero con Síndrome o no, visitar Tierra Santa es una experiencia que no permite a quien la vive retornar siendo el mismo. Algo cambia en quienes la visitamos, lo interesante es identificar qué. ¿Increíble o no?