Durante el #JuevesdeCICIG y del MP, la fiscal general y el Comisionado Iván Velásquez develaron como reconocidos empresarios aportaron, sin reportarlo ante el Tribunal Supremo Electoral, alrededor de Q7 millones.
De acuerdo a la información revelada el otrora candidato, ahora presidente, había solicitado que los aportes no fueran directamente al partido, pues sería mal visto por los electores que su campaña creciera súbitamente. Para él era un elemento de valor agregado ufanarse de una campaña austera, pues enviaba un mensaje de llegar al poder sin presiones ni compromisos: falso.
¿Qué lecciones hemos aprendido? O ¿Qué lecciones deberíamos de aprender? En principio me gustaría apelar al sentido común e insistir en lo que ya he dicho en otras oportunidades. Debemos de replantearnos el tema del financiamiento privado de campañas. ¿Por qué? Muy senillo: quien paga los mariachis pide las canciones, dice el refrán. Nadie pone su moneda en la rockola para escuchar la canción del de la mesa de la par.
Ningún empresario, prominente o no, entregará un centavo sin esperar algo a cambio. Todos los que aportan tendrán un interés velado u oculto: cuotas de poder, pequeñas o grandes, contratos, plazas, proyectos, megaproyectos, exenciones fiscales, favores políticos… algo esperan del futuro dignatario y eso los mueve a dar una suma generosa de dinero.
Aunque las intenciones sean “buenas”, se me ocurre , por ejemplo, hablar de que un empresario quiere una cuota de poder, a través de un ministerio, para un amigo, porque está convencido que su gestión será fantástica y que sacará al país adelante, me parece que la línea es demasiado delgada. Lo mejor es no correrse el riesgo ¿no creen?
¿Entonces? Los empresarios no deben aportar en las campañas, ni licita, ni ilícitamente, ni bajo de agua, ni anunciado la entrega con bombos y platillos. El político que llegue a la primera magistratura no puede tener ataduras de ninguna clase.
Ayer tuve esa discusión en las redes sociales y algunos insistían en que el financiamiento privado, el cual permite nuestra legislación, toda vez se registre y sea transparente, debía auditarse y fijarse techos tanto para los aportes, como desde luego para la campaña.
La trampa de los techos de campaña
Los techos de campaña han sido y serán una farsa electoral. Está, ahora más que nunca, ampliamente documentado que hay billones de formas de gastar sin reportarlo a la autoridad y de manipular la información. Hasta ningún partido ganador ha reportado lo que realmente gastó.
Es tan fácil como te doy Q100 pero me facturas Q50 y me das los servicios por los Q100 pagados: negocio redondo, gana el empresario que presta un servicio, gana el político que no supera su techo y ganan todos, excepto la democracia.
Entonces, si la fiscalización es complicada y si los financistas de todos modos tendrán intereses, aporten en la luz o en la sombra. ¿Por qué insistir en el financiamiento privado? Además, en el mejor escenario siempre habrá partidos que podrán llegar a los límites máximos permitidos en ley y otras agrupaciones que apenas podrán sacar uno o dos anuncios de prensa.
Hemos convertido nuestros procesos en sistemas mercantilistas, donde el voto es una mercancía para el político y gana más votos, el que gasta más en su campaña. Las condiciones de Guatemala, poco acceso a la educación e incluso analfabetismo, contribuyen a que la canción más pegajosa oriente al voto.
Si se prohibiera el financiamiento electoral privado, no ahorraríamos estas discusiones, los empresarios no tendrían que dar recursos y los políticos no tendrían por qué sentirse comprometidos. Ahí si gana la democracia.
Los empresarios ayer pidieron una disculpa, me parece bien, lo aplaudo y definitivamente su reconocimiento y aceptación de culpa es un paso para adelante, pero el reto es que estas explicaciones sean innecesarias.
¿Cómo se financiarán los partidos? Pues lo más correcto es que lo hagan a través de la deuda política. Es decir de los aportes que reciben del Estado por voto conseguido. Claro está la deuda política a favor de FCN Nación es muy elevada y parte de un pecado original. Entonces creo que sería sano y equitativo arrancar con un proceso electoral con una distribución de fondos públicos para partidos de forma igualitaria.
A partir de un primer ejercicio, con reglas de juego limpias, podríamos acercarnos a una verdadera democracia y en las elecciones subsiguientes lo partidos se financiarían de acuerdo a la cantidad de votos obtenidos. Privilegiaríamos el debate de ideas y no de canciones y evitaríamos la contaminación visual y auditiva. ¿Qué piensan?