EL VETERINARIO. Por Guillermo Monsanto
Muchos no poseen una conciencia clara de la importancia que tienen las mascotas en la vida de otras personas. Los animales a nuestro cuidado son una responsabilidad de amor. Aunado a esa línea de pensamiento, hay que sumar que a estos seres vivos hay que prodigarles protección. Por algo los aceptamos en nuestras vidas, si no ¿para qué los recibimos? ¿Para torturarlos? ¿Para hacerles la vida miserable? Si son perros o ganado es un crimen mantenerlos amarrados el día y la noche, bajo el sol o la lluvia, sin agua, sin los alimentos adecuados. Para rematar, los más viles les pegan porque lloran de desesperación y abandono. Esto último, una bajeza de grandes proporciones.
Las mascotas no hablan, pero aprenden a comunicar su felicidad o su tristeza. Su amor y su necesidad de estar a la par de quien perciben como parte vital de su ser. Incluso si éste no los trata muy bien, ellos hacen su mejor esfuerzo por complacer. Para el que los aprecia son fuente de alegría, una buena compañía y hasta terapéuticos. Sin embargo, hay que tenerlo claro, no son juguetes para los niños ni objetos sobre los cuales descargar la ira acumulada. No es justo.
Ahora, luego de este preámbulo, les comparto la historia de Louisa Fernanda y Mafalda, su mascota. La primera es una mujer de sesenta y tantos años, jubilada y con una buena vida. Quizás algo solitaria en el presente. Mafalda, llegó a su existencia durante la cuaresma de 2012. Negra como la noche, de raza indefinida, tamaño mediano y en un estado calamitoso de suciedad, desnutrición y abandono. Todavía tenía al cuello un lazo, muy apretado, que le laceraba la piel. Por alguna razón sintió la necesidad de rescatarla de la calle. No era que ella estuviera pensando en tener un perro, con Rupertino su tortuga, bastaba para mantenerse entretenida. Por otra razón incomprensible, Mafalda intuyó que ella, Louisa, iba a ser de su propiedad. Amor a primera vista.
La perrita prosperó y en poco tiempo se convirtió en una verdadera belleza. El traslado a la provincia en busca de un espacio más amplio les cayó bien a los tres. En el verano de 2018, una plaga de pulgas invadió su jardín y fue necesario llevar a Mafalda de emergencia a un nuevo veterinario. Éste se fumó 4 baños medicados, pastillas y otra serie de procedimientos aplicados en el lapso de un mes. No permitieron que Louisa acompañara a la perrita que, confiada, entró moviendo la cola a la primera consulta. Su dueña la percibió cabizbaja a la salida, pero lo atribuyó a las pulgas. La segunda semana Mafalda no se quiso subir al carro. Hubo que cargarla. En la puerta del veterinario se orinó y se puso a llorar. Como el técnico la trató con cariño, la dejó. La tercera vez pasó más o menos lo mismo. Pero a la cuarta, con la puerta entreabierta, vio la manera inhumana en la que la estaban arrastrando brutalmente a una jaula. Se la llevó inmediatamente y asumió ella personalmente el tratamiento contra la plaga.
Esta historia es, en parte, una ficción. Lo de la veterinaria, lamentablemente, corresponde a la realidad. Hay que tomar conciencia de que, así como no dejaríamos a nuestros bebes o ancianos en manos despiadadas, también hay que poner atención de quién se hace cargo de cuidar nuestras prendas vivientes. Si ellas presentan una actitud diferente cuando van a chequeo hay que meditar el cambio de médico de inmediato. No al maltrato animal. Las redes sociales son buenas herramientas para escuchar opiniones.