El día se percibía como un prisma. Quizás con bruma, pero ésta acentuaba los matices de la naturaleza a mi alrededor con colores imposibles. La luz rara, pero el ambiente me era familiar. ¿Me había perdido? ¿En dónde estaba? Por el sendero del parque, para mi alegría, venía mi abuelita saliendo de entre la difusa niebla. La saludé. La abracé. Respiré su esencia, como a rosas frescas. Como cuando era niño. “Mamita, ¿qué hace aquí?”, le dije. Me miró con aquellos ojos dulces tan profundos, con la sonrisa impecable y mientras me devolvía un añorado abrazo, con el mismo cariño de toda la vida me dijo: “regresa a tu cuerpo, te estás alejando demasiado” Me desperté sobresaltado. Ella había muerto a principios de este siglo.
El ruido me llevó de la cama a la cocina. Mi mamá estaba cocinando sopa de ajos y el aroma familiar se extendió por toda la casa. ¿Mamá? ¿Qué haces en la cocina a estas horas? Ensimismada en mover el brebaje, para que este no se pegara en el fondo de la olla, no me contestó. “Esta mi mamá, ya se está quedando sorda”, pensé, y para mal mío, “ya se le olvidó que soy alérgico al gluten. No me la voy a poder tomar”. Regresé a mi cuarto para ponerme las chancletas y hacerle compañía cuando vi a alguien dormido en mi cama. “Mis hermanos en complicidad con mi papá me están jugando una broma”. Imposible, “¿era yo o alguien idéntico a mí?” Me entró pánico. Desperté. Mi mamá murió hace cuatro años y vivo solo desde hace más de 35… ¿Qué me está pasando?
“Con lo que me costó dormirme y alguien tocando mi puerta a estas horas. Solo falta que con todo lo que tengo que hacer mañana temprano me caiga un after sorpresa… Es martes, ¡por Dios Santo!” Abrí la ventanita. Para mi sorpresa y alegría el que estaba llamando era mi abuelito. “Papito, qué hace en la calle a estas horas. Pase adelante, está haciendo algo de frío y se va resfriar”. No se movió. “¿Le pasa algo?” inquirí. “No mijito, no me pasa nada”, dijo con su voz cansada- “Vengo de parte de tu abuelita a darte un mensaje.”
Algo andaba mal. Estaba en la puerta de mi casa, pero, la percibía imprecisa. Como todo a mi alrededor. Como esos filtros que uno puede aplicarle a las fotos del celular. Una especie de hielo me recorrió por dentro. Era como si lo estuviera viendo todo desde afuera, estando adentro ¿De qué? Cerré la puerta sin despedirme. A mi abuelito lo enterramos en 1989, no era él. Era un recuerdo. Entré con miedo a la habitación. Otra vez estoy en mi cama, como muerto. A lo lejos, en un susurro, escuché la voz de mi mamá: “Regresa a tu cuerpo, llevas demasiado tiempo fuera. Te podes morir o peor, pueden darte por muerto y enterrarte vivo”. Me desperté sobresaltado.
Me estoy desdoblando por las noches, no estoy soñando. Estoy hablando con mis muertos, en una especie de portal entre la vida y la muerte. Desde que caí en cuenta, antes de acostarme, pongo en el chat de primos que se recuerden que no estoy muerto. Que ando de visita en un mundo paralelo, visitando a nuestros seres amados.