Dos inexplicables crímenes han sacudido a la racionalidad internacional. El primero de ellos en un país del primer mundo y el segundo, vergonzosamente, en Guatemala. La muerte de George Floyd, en la ciudad de Minneapolis, a mano de una desquiciada banda de policías, ha dejado perplejos hasta a los más insensibles. ¿Fue aquel un crimen de odio? Presuntamente sí.
El resultado de la acción, que pareciera ser una constante oculta en aquella polarizada cultura, explotó en manifestaciones que evidenciaron el hastío de la sociedad norteamericana. El “hasta aquí llegamos” se multiplicó como una epidemia provocando, como resultados, fenómenos sociales comparados con los surgidos por el asesinato de Martin Luther King. Solo que ahora se sumaron manifestantes de otras etnias. Si bien los tribunales, contenidos por los derechos humanos de los perpetradores, no darán su veredicto hasta que todas las partes jueguen sus cartas, todo parece indicar que el ciudadano de a pie ya dio el suyo.
¿Ignorancia? ¿Discriminación? ¿Xenofobia? Pareciera que en este aspecto la humanidad no ha evolucionado un ápice. De hecho, hasta tener contacto con alguna persona enferma del virus de moda podría empujar a la exclusión social y poner en peligro la integridad física de las personas. Una buena porción de los chapines pareciera estar en plena involución.
El cruel e insensato asesinato colectivo de Domingo Choc Che es inaceptable. Este científico fue exterminado por una turba completamente exacerbada por la rabia, cuya profunda ignorancia no los exime de la barbarie ejecutada. De nuevo, el odio hacia lo que no se comprende se cebó en esta pobre víctima, como lo ha hecho repetidamente en otras ocasiones con otros inocentes. Cuatro son los imputados, pero en el video se ven a otras personas como cómplices mudos de la barbarie, registrando el hecho celular en mano. En este caso, Choc Che era una eminencia, pero ¿qué pasa en las otras ocasiones en la que los pobladores toman la “justicia” por mano propia?
Esta semana no ha sido necesario que les comparta mi tradicional relato de horror. La realidad ha superado la ficción con creces. Guatemala tiene parajes peligrosos para los excursionistas y esto no es una exageración. Por casualidad ¿se acuerda usted de la turista oriental que fue linchada porque una mujer la acusó de querer robarse una niña? O quizás ¿recuerde el nombre de los pintores que fueron quemados vivos en occidente porque alguien los confundió con ladrones? Entre pandemias, toques de queda e ignorantes, vivimos nuestra propia historia de terror.