EL ESPEJO imagen

La maldad reflejada en el espejo ¿sabías que tu espejo puede tener atrapadas almas antiguas?

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1871. Año de revolución y algunos cambios políticos. Guatemala es un país en proceso evolutivo. Un tanto feudal, si se quiere, pero con aspiraciones a un destino diferente. El interior de la República, atrasado en comparación a la capital, la ciudad de Quetzaltenango y quizás la de Cobán o Antigua, todavía se rige por una inercia ajena al progreso que de a poco va entrando por distintas vías desde Europa. Son los tiempos del presidente Miguel García Granados y pronto, de Justo Rufino Barrios.

La finca, ubicada al norte del país, posee su propio orden y justicia. Hay superstición, miedos y conclusiones surgidas por el desentendimiento de fuerzas, para ellos, desconocidas. En el casco de la misma sirve a su señora una mujer proveniente de Aruba. Negra, bella como pocas y a la cual la población le tiene un profundo miedo. “Es bruja”, dicen, y esto los tiene nerviosos. Tituba, que así se llama, goza asustándolos. Le temen a tal punto, que cuesta encontrar pese a los beneficios, quién quiera trabajar en la plantación.

Varios niños enferman repentinamente. Dolores de cabeza, altas fiebres y finalmente la muerte. Sin médicos cerca, los infantes se van en un lapso de una a cinco semanas. Es fiebre tifoidea. Pero para los lugareños, es Tituba que les ha lanzado un hechizo. “Hay que acabar con ella”, es la consigna. Esa noche, mientras se organiza el linchamiento, la mujer está haciendo un ritual a orillas del río Motagua. Gallinas muertas, velas negras, una olla plena de menjurjes y otros animales como sapos y culebras, que yacen destripados sobre una roca.




Apenas le da tiempo de correr hacia la casa. Sus patrones están en la ciudad por lo que no encuentra quién la socorra. Se encierra en el cuarto de la patrona. Enciende una vela y en la penumbra se queda mirando fijamente al espejo de la cómoda mientras su alma atraviesa el umbral. “Ya anidaré en otro cuerpo”, piensa. La gente está en la casa. Llegan a la habitación. Arrastran a la mujer al jardín, quien parece presa de un trance, y allí la queman viva. No emite ningún sonido. Ni siquiera se opone o muestra dolor. Es como si el cuerpo viviera, pero vacío por dentro. La epidemia, semanas después, acaba con casi todos.




2018. Guatemala sigue siendo un país en proceso evolutivo. El maestro de teatro les pide a sus alumnos que se aprendan un soneto. Que “luego de estudiado lo ensayen frente al espejo, sin que nadie los interrumpa”. Angélica, que esa noche hospeda en la casa de su abuela, se para frente al mueble/espejo antiguo traído de la finca. El recinto, con sus muebles de época la distrae. Enciende una veladora, apaga las luces y se concentra frente al espejo. Una mirada de fuego la hipnotiza. Cuando despierta sus ojos brillan con una fuerza diferente. Lanza la polvera de plata contra su imagen. El espejo se hace añicos. La maldad de Tituba vive ahora en su corazón de apenas ocho años. El alma infantil, inocente de Angélica, está atrapada en el espejo. Para siempre.




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