Después de los años trascurridos desde que descubrí la obra de Francisco Tún, me pregunto todavía: ¿En qué radica el embrujo que su pintura ejerce en el gusto de la gente? ¿Cómo es posible que un autor, sin formación académica, haya producido tanta obra buena? Y más aún, que en estas circunstancias lograra el reconocimiento institucional en un medio poco abierto a las expresiones populares. Tún y su legado han sido siempre incógnitas a las que muchos hemos intentado dar respuesta. Y es que, desde su retrospectiva póstuma en el Museo Nacional de Arte Moderno, en 1996, se han producido decenas de ideas que intentan explicar, con palabras elaboradas, el mensaje sencillo, franco y fresco, propuesto por el autor.
Intuitivo, seguro que sí lo era. Poseía la capacidad de percibir, abstraer y representar lo cotidiano desde una perspectiva sintética y hasta elemental, pero… ¿Era ingenuo? Si bien es cierto que la etiqueta lo encasilla como un naif, la realidad es que le queda mejor el mote de ser “único”. Y este calificativo, al menos, le hace justicia porque su obra le pertenece en todos los sentidos que se pueda uno imaginar. Es por esa impronta que sus imitadores no consiguen dar con el toque inequívoco que posee toda la creación visual de Francisco Tún.
Él pintaba lo que veía, lo que percibía desde su posición de observador y protagonista. De allí que para Tún, “un domingo” estaba marcado por el peregrinaje de la iglesia a la cárcel, para finalizar el día en la cantina y, en algunos casos, de vuelta a la prisión. Con él, todo era posible. Pinturas como “meditando” les dan una dimensión introspectiva a hechos como la soledad y el encarcelamiento: una pequeña ventana y una reja dejan percibir una enorme habitación oscura y adentro, en el centro de la habitación, la llama de un fósforo. Nada más, pero con esa pequeña información lo dice todo. Uno puede imaginárselo en la soledad oscura de su cautiverio sintiendo pasar las horas.
No importaba que las simetrías no fueran medidas a exactitud. Que los colores tomaran, en algunos casos, esos tonos “chancuicui”, mencionados por Daniel Schafer. Que la composición creara ilusiones cubistas, por los múltiples puntos de vista encontrados por él. Que dejara grandes espacios vacíos y que colocara formas (casas, grupos humanos, y otros elementos) apuñuscados en lugares poco afortunados, pero que solo a él le funcionaban. El encanto de Tún es un material que permanece fresco en el tiempo. Su obra, hoy considerada tesoro en el campo del coleccionismo, pertenece al imaginario de la pintura nacional. A usted, ¿qué le gusta de la pintura de Francisco Tún?