Muchas veces me pregunto qué significa ser maestro en el siglo XXI. Cuál es el camino académico que los docentes, que hoy están formando a las nuevas generaciones, han recorrido. ¿De dónde proviene el contenido útil que comparten con sus pupilos? Y más importante aún, ¿quién determina la importancia de lo que estos deben o no aprender? ¿Qué diferencia la mediocridad de la excelencia académica? Cómo, los mejores, inspiran el amor al estudio, pero los peores, en fin. Lamentablemente, un buen ejército de patojos sale discapacitado, totalmente, para enfrentar el inicio de sus primeros pasos laborales. Ni siquiera saben leer o escribir correctamente.
Hay excepciones y muy notables. Chicos que llegan a las aulas universitarias entendiendo cómo se hace un trabajo de investigación y el manejo de la metodología que esto implica. Futuros profesionales que no plagian los pensamientos de otros y saben manejar los créditos correspondientes para fortalecer un pensamiento formal. Muchachos que manejan técnicas para cruzar información y sacar las conclusiones personales correspondientes. Esto es parte del repertorio que los universitarios traen heredado de sus escuelas y colegios. Pero, acaso ¿no hemos sido testigos de padres de la patria que se fusilan el trabajo de otros y lo presentan como propio? Pues esto es parte de su deficiente educación.
Parecerá tonto, pero qué importante es que un catedrático sepa que el Motagua no es un volcán del altiplano occidental de Guatemala. Que Taxisco es un municipio de Santa Rosa y no un pueblo mexicano. Vital es que en su haber tenga, por lo menos, nociones de la literatura, música y el arte nacional, como parte de un acervo que va a compartir en los salones. Como mínimo, entender el idioma de Cervantes y de paso saber de qué van las obras de Shakespeare, Moliere o Sor Juana Inés de la Cruz. Tener el valor de haberse enfrentado en su juventud a Verne o Rowling y si es posible llegar a Pérez-Reverte o Irwin Wallace, entre muchos otros. Eso, para alimentar un poco su cerebro y enriquecer el vocabulario. Si no, ¿cómo van a sumar al imaginario de los infantes a su custodia? Y está bien, si los libros pasaron de moda, enseñar el uso eficaz de las herramientas contemporáneas. Tampoco estaría de más, manejar alguno de los otros idiomas que se hablan en Guatemala.
Levanto la copa por los profesores que saben inducirnos al conocimiento. Por los que se preocupan por retarnos y alcanzar metas. Por los que se mantienen a la delantera, sin bajar la guardia ante los retos que salen al paso cada día. Esos hombres y mujeres cuya impronta se queda en el educando por el resto de la vida. A los que se les debe tanto, por la pasión con la que transmiten ese flujo energético traducido a la enseñanza. A los que supieron sembrar una semilla que seguirá germinando por el resto de la vida.