Por: Jorge Alvarado.
Ser, estar, parecer, querer, poder o no poder, amar todos los verbos existentes, ¿cuál es el verdadero significado del amor? Mientras algunos hablan del fin de los tiempos, otros hablan de que se está cumpliendo el apocalipsis, u otros hablan de una tercera guerra mundial biológica; lo cierto es que algo es seguro y es que estamos viviendo situaciones inusitadas que nunca se habían vivido en la historia de la humanidad. Hay quienes han volteado a ver películas de ciencia ficción como “Soy Leyenda”, protagonizada por Will Smith, o la de “El fin de los tiempos”, protagonizada por Mark Wahlberg, entre otras películas, como una premonición de lo que estamos viviendo hoy en día.
El efecto psicológico más grande del coronavirus es el aislamiento, ya que nunca estuvimos acostumbrados a permanecer sitiados en nuestras propias casas por seguridad. El encierro se ha convertido en una comunicación intrapersonal, en la que empezamos a reflexionar más sobre lo que estamos haciendo en nuestras vidas y con el entorno que nos rodea. Hemos hecho una pausa, pero jamás nos resignaremos a seguir avanzando en la búsqueda de todos aquellos sueños que anhelamos conquistar, para nosotros y para nuestras familias. Aislarnos no es perdernos del mundo, es encontrarnos con nosotros mismos para después encontrarnos con los demás.
El amor en los tiempos del coronavirus nos empieza a dejarnos lecciones que aprender, como por ejemplo que hacer planes está totalmente fuera de nuestro control, el tiempo de partir no depende de nosotros; imagínense cuántas propuestas de matrimonio no se llevaron a cabo, cuántas bodas no se realizaron, cuántos encuentros quedaron inconclusos, cuántos planes de encontrarse con un gran amor quedaron en suspenso. Quizás el amor empieza a proyectarse hacia el presente para empezar a valorar todas aquellas cosas que a las que nos acostumbramos, pero nunca valoramos, y mucho menos caímos en cuenta de lo afortunados que hemos sido de tener una familia, de tener un plato de comida en la mesa, una frazada para taparnos, etcétera.
Lo impensable e imposible se convierte en realidad, la magia de Disney se apagó, la Torre Eiffel se vacío, la bolsa de valores en Wall Street se cayó, la ciudad que nunca duerme como Nueva York, que dicho sea de paso es alimentada con reactores nucleares, ahora todos duermen porque su luminosidad se diluyó; la Muralla China pasó de ser un símbolo de fortaleza a ser un sitio frío y abandonado, el Coliseo Romano o la Fontana di Trevi nunca parecieron sitios tan desoladores ni Venecia una ciudad tan fantasma.
Sin duda alguna estamos viviendo los tiempos del nuevo orden, donde la mayor riqueza es la fortaleza psicológica para hacerle frente a lo que se venga adaptándonos a las nuevas formas de vivir.
Nos dirigimos a una velocidad de unos 500 kilómetros por hora a una recesión económica mundial nunca imaginada y surrealista, a una especulación en el alza de los productos o a la premonición de un desabastecimiento mundial de los productos básicos de supervivencia. Estamos en momentos donde sociedades como la norteamericana, en vez de comprar comida están comprando armas con la idea de protegerse de cualquier amenaza en el futuro, con un pensamiento de que hay que sobrevivir a toda costa, pensando que será el más fuerte el que sobreviva.
Quizás todo sea más sencillo de lo que parece y tan solo todo podría tratarse del AMOR, romper con la indiferencia, con la insensibilidad hacia los desprotegidos, ante los dramas de otros, de romper la coraza de ver normal el sufrimiento de muchos. Quizás hemos ido perdiendo nuestra capacidad de amar y todo sea un espejismo de nuestro interior, un reflejo de nuestro desamor.
No me cabe ninguna duda que nuestra forma de ver el mundo está cambiando, si no es que ya cambió; sabernos tan vulnerables nos ha hecho tomar conciencia de que somos más frágiles de lo que pensábamos.
Esa sensación de soledad nunca fue tan real, ese sentimiento de tristeza y preocupación nunca nos invadió tan fuerte, esa nostalgia de pensar en ya no poder ver a nuestros seres queridos nos atormenta. Sin lugar a dudas, es tiempo de regresar a nuestros principios básicos, el amor y la bondad, como ya ha pasado en lugares de cuarentena donde la gente sale a cantar y a tocar instrumentos como una nueva forma de diversión, eso se llama empatía, se llama solidaridad, que solo ha sucedido bajo condiciones adversas, como si comprendiéramos de nuevo que el mensaje de todo esto es el amor.
Es nuestra mirada apreciativa de la vida, la que nos da la inmunidad, quizás sea momento de empezar a construir nuestro legado de vida, de dejar el egoísmo y la ambición desmedida por un lado; dejar la avaricia por las cosas materiales que no tienen ningún sentido cuando realmente todo lo que necesitamos está en nuestro interior y en lo que sembramos y dejamos en los demás.