#Cuéntalo la historia de Juliana imagen

El relato personal de una mujer que valientemente, contó su abuso, uniéndose a la campaña de miles de mujeres alrededor del mundo.

Las opiniones e imágenes de este artículo son responsabilidad directa de su autor.

Hace unos días empezó a estar trending el hashtag #cuéntalo, con una finalidad parecida al hashtag #metoo. Pareciera ser que este ha sido el año de sacar a la luz historias de dolor, de abuso físico, psicológico y sexual, el año de contar esto que tantas personas tienen en su interior y han decidido guardarse a lo largo de los años. Esta es la historia de Juliana, hoy una mujer, que cuando fue abusada era solo una niña y que se une a este movimiento que fomenta a denunciar estos actos, a detenerlos y tal vez, a encontrar la esperanza de prevenirlos.

Hola. Me llamo Juliana, tengo 24 años y fui víctima de abuso. Esta es mi historia y contarla no es sencillo, me da miedo que me reconozcan, que sepan mi verdadero nombre, que el que me hizo daño se entere y vuelva a contactarme. Sin embargo, decidí que, si tantas personas se estaban atreviendo a compartir su historia, el ser valiente podía servirle a alguien, no se si para contar, para defenderse o solo para sentirse acompañado; pero creo que lo que nos queda es volvernos hermanos en relatos y esperar que el nuestro tenga un efecto en alguien. Así que sin más rodeos y con las manos un poco temblorosas, aquí va la mía.

Tenía 15 años cuando viví la típica historia de las películas, estaba enamorada de uno de mis buenos amigos. Él era el primer chavito que se fijaba en mí cuando yo todavía me sentía chiquita y torpe. Sentía que las otras mujeres eran más lindas que yo porque mi cuerpo todavía era de niña. El me trataba como una niña, pero en el fondo siempre supo que me moría por él. Le encantaba decirme que era bonita, ilusionarme y hacerme pensar que era especial para él, pero no quería nada serio, solo tenerme. Él venía de una familia disfuncional, con mucha violencia y cosas que no sucedían en la mía. Yo creía que yo lo podía salvar. Empezó a pasar el tiempo y cuando me veía estar con alguien más en una fiesta, se ponía sumamente celoso, sus celos eventualmente lo llevaron a querer estar conmigo de verdad. Ya se imaginarán la felicidad de una niña, su primer novio y la ilusión de la primera pareja. No tenía idea que para mí este sería el inicio de una cárcel. Empezamos a pelearnos desde la primera semana, pensé que eran cosas tontas y que a todos les pasaban. A los tres meses me gritó por primera vez, me asusté mucho, pero al día siguiente estaba tan arrepentido que decidí dejarlo ir, uno nunca quiere perder a la primera persona que te dice que te quiere.

El tiempo pasó y las cosas fueron empeorando, no sé en que momento fueron dos años de tortura. Él se enojaba por cosas tontas, como que yo me tardaba respondiendo mensajes, se salía de sus casillas y yo era una puta que tenía que explicar con exactitud, qué era lo que había estado haciendo. Pero ninguna explicación era suficiente, cuando se enojaba me obligaba a llamarlo, me encerraba en mi cuarto e iniciaba el rosario de insultos que llegaron poco a poco a destruir mi autoestima. Era más fea que un mono, nadie nunca me iba a querer, era una puta, tal y tal mujer era más linda que yo o “estaba más buena”. Se imaginarán que tipo de cosas escuchaba yo todas estas noches, siempre terminaba cortándome y yo me iba a dormir hecha pedazos. Nunca le dije a nadie. Al día siguiente siempre era la misma historia, perdones, llantos, ruegos y si no le hacía caso de volver con él, amenazas. Me iba a destruir la reputación, iba a contarle a todos mis más oscuros secretos, cualquiera de las dos funcionaba. Esto se repetía 4 o 5 veces por semana, siempre igual y a veces peor. Si estábamos cara a cara, a veces me tomaba fuerte de los brazos, una vez agarró mi cuaderno lo llenó de tierra, lo tiro al desagüe. Le tenía tanto miedo, igual me prometía que nunca me iba a lastimar físicamente. Siempre trataba de tocarme y aunque yo no quisiera, poco a poco iba tratando de obtener un poco más. Nunca llegó a quitarme mi virginidad, pero todo lo demás ya me lo había quitado. Sus insultos poco a poco hicieron que quisiera cambiar mi cuerpo, empecé a meter relleno en mi brassiere.

Ya no me acuerdo bien como logré salir de su poder, agarrar el suficiente valor para decirle que ya no quería a pesar de las amenazas. Solo sé que cuando lo hice, tuve días enteros con 400 llamadas y mensajes, siempre empezaban por ruegos y llantos, y terminaban con insultos y amenazas. Llegó a mi casa a buscarme, me compró mil cosas para que lo perdonara, cuando se enteró que ya no quería estar con él, me dijo hasta de qué me iba a morir y me echó la culpa por haberlo lastimado. Años después, logré dejarle de temer y pude verlo como lo que en realidad era, un niño roto al que le habían hecho daño. Enterré su dolorosa memoria y hasta hoy, no la había sacado. Quisiera usar esta oportunidad, para decirle a las personas que están pasando por algo similar, que entre más tiempo pasa, más difícil es salir. Que ustedes valen mucho, no importa lo que ellos digan, que sus amenazas son vacías y vale más la pena que las cumplan a que ustedes sigan allí. Sí se puede salir, sí es posible sanar y perdonar, volvernos a sentir valiosos a pesar de escuchar a diario que no lo somos. 

Esta es una historia de  muchos valor, que nos ayuda a ver la realidad detrás de miles de guatemaltecos personas que probablemente conocemos y siguen sin contarle a nadie. Creo que podemos ser los agentes del cambio, una nueva generación que ya no se calla y ya no se aguanta, la juventud que pone un alto al abuso en nuestro país.  ¿Conoces a alguien que haya vivido algo similar? #Cuéntalo

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