Cuando veas las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas a remojar, reza un antiguo refrán, mismo que no requiere mayor explicación. Guatemala ha tenido, durante toda la pandemia, algunas ventajas competitivas respecto a China, Europa y naciones de América mucho más pobladas.
Enumeraré las más obvias: la agresividad del nuevo coronavirus fue considerablemente menor en el país respecto a otras latitudes, esto probablemente asociado a menores movilizaciones para fines turísticos y comerciales. Está claro que el primer mundo debió aprender a controlar los brotes desde cero, en cambio acá, se supone, aprendimos algunos de los manejos tanto clínicos como de prevención de contagios con medidas de distanciamiento social y confinamiento.
El desarrollado sistema de salud del primer mundo fue sacudido y puesto a prueba durante marzo y mayo del año en curso. En junio se logró desacelerar la propagación de la enfermedad, pero tras la relajación de las medidas la Unión Europea enfrenta una segunda oleada, la cual amenaza con volver a las cifras de muertes y contagios de los días más sombríos.
Las naciones europeas han tomado nuevas disposiciones para evitar que la situación se vuelva a salir de control, se han restringido las movilizaciones de personas y las reuniones masivas. También se limitan aforos y se cierran los lugares de esparcimiento nocturno, entre otras disposiciones.
En España, por ejemplo, ya se alcanzan los 6 mil contagios por día y los muertos ya han empezado a contarse por centenares. Esto pese a que los países del primer mundo cuentan con un sistema sanitario que en el país no logramos vislumbrar ni en el mejor de nuestros sueños.
En Guatemala no hay certeza de tratamiento para nadie, ni siquiera para aquellos que cuentan con un seguro de gastos médicos o acceso a la salud privada.
¿Estamos listos?
En ese orden de ideas vale la pena reflexionar alrededor de ¿cómo nos preparamos para una segunda oleada? Es inexorable que los contagios empezarán a incrementarse exponencialmente después de unas semanas de relajación de las medidas, per se insuficientes. Los pasados 22 y 23 de octubre se registraron 731 casos en el país. Dicha cifra no parece estar tan alejada de los 1,329 reportados el 3 de julio, fecha en la que se diagnosticaron más infectados en el país, según cifras oficiales.
Recordemos que Guatemala relajó las medidas, sin haber nunca aplanado sustancialmente la curva de contagios, lo que por ejemplo sí ocurrió en España cuando se pasó de más de 900 muertos a ni uno solo y los casos pasaron de ser más de diez mil a menos de cien a principios de junio.
En ese contexto vale la pena preguntarnos ¿qué pasará en el país? ¿Superará esta segunda oleada a la primera? ¿Cuándo será el momento más crítico? ¿Estamos aún en capacidad de minimizar el impacto? Es difícil saberlo más cuando sabemos que la capacidad de diagnóstico en el país es deficiente y la de respuesta es aún mucho peor.
Estudios recientes han advertido del riesgo de reunir a personas en lugares cerrados sin ventilación. ¿Deberían las autoridades tomar medidas drásticas en este momento? ¿Esperarán a que la situación se vuelva de nuevo insostenible? Ojalá tuviéramos algunas de esas respuestas, pero lo único aparentemente certero es que, lamentablemente, una segunda oleada nos impactará pronto y que no estamos preparados para ello.