El presidente Jimmy (James) Morales se despide en dos semanas; le dice adiós a la primera magistratura de un país que creyó, con ingenuidad, en un candidato que se presentó a las elecciones del 2015 como un “político outsourcing”.
Desde luego, la imagen que proyectó el dignatario era tan falsa como una moneda de 3 centavos. Claramente James no tenía una formación en la cosa pública, pero tampoco era ajeno a la más retrograda y sucia clase política del país. De hecho, el comediante ya se había postulado a un cargo de elección popular.
La crisis institucional del 2015, suscitada a consecuencia de la puesta en escena de varios casos de corrupción desvelados por la CICIG, y la exposición mediática de Morales en los canales de la televisión abierta fueron, sin duda, circunstancias que facilitaron la investidura del presidente más pusilánime y menos preparado de las últimas tres décadas.
Su probada incompetencia, su falta de conocimiento de la realidad social desde las perspectivas antropológicas, históricas y sociales lo desnudaron como “un mal chiste” desde el día uno.
Así fue como en un ya longevo 2016 (parecieron muchos más años) Morales recibió la banda azul y blanco, la que le quedó grande, incluso, para la foto.
Morales, intolerante, aprendiz de dictador y enamorado del verde olivo castrense, nunca tuvo mayores simpatías, pues muchos militares tomaron distancia de sus atrevimientos y testarudeces por portar uniformes y jugar a la “tropa loca”, tal cual lo hacía en sus baratos programas televisivos.
Morales no será recordado como el mejor presidente de Guatemala, como él tanto deseó; más bien las remembranzas de su nombre se vincularán a sus excesos y los de sus círculos más cercanos: viajes, ropas y alimentación de mundos paralelos.
También se le recordará por haber expulsado a la CICIG en flagrante conflicto de interés, así como por recetarse el bono militar e intentar comprar reiteradamente aviones obsoletos bajo mecanismos poco transparentes.
Tampoco olvidaremos el bochorno del mal construido “Libramiento a Chimaltenango”, obra con la que se ufanó con desmedido descaro, como si lo hubiese construido con sus manos y con su dinero.
James será otro capítulo más de la vergüenza nacional, de la ineptitud llevada a su máximo exponente. Así que este columnista no lo extrañará y estoy convencido de que este sentir será secundado por la inmensa mayoría.