Hace dos años me di a la tarea de buscar colegio para mi hija. Me recomendaron uno que queda en la zona 15, de esos que por medio de su metodología, prometen sacar al niño genio que todos pensamos que tenemos en casa.
Me metí a la página de Facebook y los niños parecían felices. Día del splash day, día de los talentos y Día de los abuelitos eran algunas actividades que presumían en sus redes sociales.
Cuando llegué al álbum de septiembre, me topé con la actividad del Día del mercadito. Mientras iba pasando las fotos, mi indignación subía de tono. Niños vestidos con traje indígena tirados en el suelo, sobre un petate comían tamales, tostadas y chuchitos en bandejas de duroport.
El mensaje era claro y fuerte: “Los indígenas están en los mercados, venden comida típica y comen en el suelo”. En algún momento salió a colación este tema entre algunos conocidos y alguien argumentaba: “¿Y no es cierto pues?”
El día del mercadito no es nada más y nada menos que un acto racista. No tiene otra lectura a no ser que quieran también solapar esta actividad argumentando que es la forma en la que enseñan a los niños a amar Guatemala. (Si ya llegaste a este párrafo puedes escribirme improperios debajo de este blog. Estoy mentalmente preparada).
Victoria Tubin, socióloga y docente de la Universidad de San Carlos de Guatemala, también califica esta práctica como racista y de burla para el pueblo indígena.
Tubin, que también cuenta con una Maestría en Educación para el Desarrollo, cuestiona si trenzar a las niñas y pintarles un par de bigotes en la cara a los niños es una acción de auténtico civismo.
“No es malo que los niños coman lo que se produce en Guatemala, pero ¿por qué se tienen que vestir así para comerlo?”, se cuestiona la profesional.
Mientras tanto, la directora del colegio al que hago alusión en mi primer párrafo, vía mensaje privado trata de persuadirme con el siguiente argumento: “Como le repito. El fin de la actividad no es ese. De hecho los padres de familia compran los platillos y en ocasiones les dan de probar a sus hijos, pues como son pequeños ellos quieren que prueben cosas nuevas y guatemaltecas. Tal vez por eso los ve comiendo desde donde están sentaditos”.
Lo vuelvo a leer y no encuentro prueba alguna que me haga reflexionar sobre esta práctica disfrazada, literalmente, de la multiculturalidad de Guatemala. ¿Probar cosas nuevas? ¿De qué país son esos niños?
En busca del colegio
El colegio de mis sueños no existe. Quizás porque en Guatemala la educación privada es carísima y considero que la mayoría de “buenos” colegios prometen graduar cabecitas trilingües, pero, seguramente, la felicidad de los niños no es su prioridad.
El tema del mercadito se ha vuelto punto importante de selección para elegir el colegio de mi hija. No dejo ni dejaré de cuestionar esta práctica retrógrada y ofensiva.
Algunos amigos nos han tildado de exagerados e intolerantes. Pero no me interesa lo que piensen. Mi esposo y yo estamos claros que queremos que nuestra hija aprenda de la multiculturalidad de Guatemala y la forma de hacerlo no es vistiéndose con un traje maya y comiendo en el suelo. Tampoco, quiero que tenga que esperar el día del mercadito para “probar cosas nuevas” de la gastronomía guatemalteca.
Quiero que sepas que indígenas también somos nosotros, en medida que nos miramos al espejo y examinamos nuestros rasgos mestizos, porque nuestro color de piel no es por casualidad.
Septiembre es un mes hermoso, es una gran oportunidad para enseñarle a las nuevas generaciones el amor por Guatemala y todo lo que falta por cambiar para erradicar el racismo y la discriminación que tanto daño nos hace.