*Roberto conduce un vehículo de modelo reciente, es conductor de Uber y ha encontrado en este modelo de negocio una oportunidad para darle un sustento a su familia.
Tras ofrecer una disculpa por los desperfectos en el aire acondicionado, el conductor pregunta, como es habitual, a dónde se dirige su nuevo pasajero. Respetuoso y conversador, Roberto responde algunas de las preguntas retóricas del viaje.
¿Cómo va todo? ¿Cómo le va en Uber? ¿Cuánto tiempo le dedica? El piloto responde con optimismo y elocuencia. El reproche por el calor excesivo de mediodía no se hace esperar ¿De verdad, no funciona el aire acondicionado? Roberto, con una mirada casi avergonzada, lo intenta de nuevo, pero el acondicionado no responde.
¿Ya se acostumbró? Increpa el pasajero. “Eso no es nada, cuando manejaba bus urbano era peor, pero uno se acostumbra”, comenta. El aguacero de preguntas no se hace esperar y de pronto el conductor recuerda aquel episodio de su vida.
Fue hace cinco años, cuando cubría la ruta que pasa por El Naranjo. En 2014, estadísticas policiales dan cuenta de que se registraron 25 muertes violentas de pilotos. Él pudo ser la vigésima sexta víctima, pero esa tarde obró un milagro en su vida. De ese año a 2018 se registraron 115 decesos de pilotos del transporte urbano.
Viajaba con seis pasajeros, era una tarde de julio, cuando de pronto: ¡bang! Un balazo lo dejó inconsciente.
Despertó en la Emergencia del San Juan de Dios. ¿Qué ocurrió? Fue por culpa del famoso pago del bono 14, una bonificación extra que exigen las pandillas a los pilotos cada julio.
Roberto debía pagar Q800 y de hecho, lo hizo. Pero el cobrador, otro piloto con vínculos con las pandillas, autorizado a cobrar, envió el sobre manila con el dinero, pero a nombre propio.
“Dábamos Q600 cada semana, teníamos que conseguirlos a como diera lugar. Incluso, cuando el bus estaba en taller, ellos tenían las conexiones para saber si era cierto y si mentíamos al respecto nos mataban”, explica.
¿A cuántos colegas amigos suyos mataron? “Uh, ya perdí la cuenta”, responde con un dejo de añoranza.
La necesidad hizo que Roberto volviera a conducir un bus seis meses después. Esta vez fue golpeado por las pandillas y tirado a la orilla de la ruta. Ahí supo que tendría que buscar otra alternativa para ganarse la vida.
¿Qué le ocurrió al cobrador? “Está muerto”, responde, sin pensarlo mucho. “Los pandilleros no tardaron en darse cuenta de que se les torcía”, agrega.
Desde hace un tiempo es conductor de Uber, donde ahora se siente seguro y agradece a la vida y a la aplicación por la oportunidad de ganarse la vida sin correr peligro.
*Nombre ficticio