Es el último jueves del 2020 y casi dejo mi relato en blanco. Seguir machacando sobre el año bisiesto que fenece el día de hoy es seguir rodando, igual que un hámster, dentro de una noria que no nos va ha llevar a ninguna parte. Reflexiones, surgidas de las noticias diarias, nos deben tener sobre aviso. Mientras las cifras oficiales parecieran discrepar de las reales o, por lo menos, llegar con un notable retraso en comparación al tiempo real en la que evoluciona el Coronavirus en el país, surgen una tras otras las preguntas ¿la pluricultural Guatemala aprendió algo de la pandemia? El humano ¿Asimiló un poquito de las muchas lecciones brindadas en este último año? ¿Somos los guatemaltecos inmunes al virus?
Estoy de vacaciones, si es que en medio de esta nueva normalidad tecnológica se puede pensar que uno en realidad está descansando. Pero sí, digamos que los estoy, y que por eso tengo más tiempo del usual para navegar por las redes sociales. En Facebook, por ejemplo, abundan las fotos de numerosos grupos celebrando sus convivios en distintos ambientes. Es lindo ver reunida de nuevo a la familia y más bonito ver que a la fiesta navideña acudieron desde los más longevos hasta los más peques del clan, todos, codo a codo y sin mascarilla. Parece que la normalidad que ansiamos nos hace inmunes, pero ¿A qué? Porque en estas reuniones hubo de todo menos sentido común.
Como en una película de terror, otras noticias suman elementos al cuadro de la indolencia ¿alguno ha notado el incremento de accidentes de tránsito? Muchos de sus protagonistas ni siquiera tienen licencia de conducir. Eso significa que los señoritos, o señoritas para ser inclusivos, consideran que ellos no necesitan una para manejar el carro. Un pequeño delito que cientos de conductores comparten ¿por qué? La respuesta es sencilla; la ley es inferior a ellos y por ende “¿para qué perder el tiempo haciendo exámenes para obtener un plástico que dice, sé manejar?” Esta actitud refleja, en gran medida la idiosincrasia, del promedio. “O sea, pues”, dicen los más fresas, “el Covid-19 es peligroso para los demás, pero no para los míos ¿ok?” ¿Otra deducción? “La seguridad de los demás no es asunto mío”. Y pareciera cierto, “son tan pocos los muertos que no vale la pena cuidarse” (siempre y cuando los muertos no sean personas que amamos).
En fin, estamos dejando atrás un año singular en el que la naturaleza también fue protagonista en el cuadro de la catástrofe. El futuro, de alguna manera, está siendo escrito en estos días. Si bien el aspecto económico es vital en la evolución de las sociedades, hay otra serie de problemas que los chapines tenemos que resolver de inmediato. Entre ellos, de primero, el educativo. Si ya de por sí los estudiantes salen bastante mal preparados en tiempos normales, imagínense ahora que fueron promovidos casi por decreto. El otro, nuestros políticos que traen de cabeza al país. Trabajemos, construyamos, seamos responsables, creemos y creamos en nosotros y nuestra capacidad de reinvención. Feliz Año Nuevo.