Un cuarto de siglo de  amistad y una cerveza bien fría imagen

Hace 25 años la dueña y encargada del negocio, arregló toda su papelería y comenzó con su rinconcito.

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El pequeño local del Centro Histórico es un punto de encuentro, de vida urbana, de recuerdos y sobre todo el sustento de Doña Hilda. Allí se dan cita las más variadas personalidades de una ciudad, que durante periodos convulsos y de fiesta, han encontrado un rostro amable y deseoso de escuchar sus penas y otras veces sus alegrías.

Han sido 25 años de cambios, en una ciudad donde todo pasa rápido y la memoria es larga. Clientes asiduos que durante dos décadas no la han dejado sola, dispuestos apostarle a una cara amable y una “Chela” bien fría. Esos para los que “La Tiendita” es una segunda casa, llena de amigos de antaño y otros que vendrán.

Pero el Café Bar Rinconcito Histórico, no siempre fue el punto de encuentro entre una garganta sedienta y una “Gallo” helada. Antes, cuando el llamado a “Doña Hilda” para otra ronda no se escuchaba en el recinto, fue un mini mercado. Su anterior dueña, Sandra, lo bautizó con su propio nombre y vendía insumos para el hogar. Pero el cambio de milenio estaba cerca y el pequeño local, junto al resto del Centro Histórico, verían una dramática transformación.

“Los del Centro Histórico vinieron y me dijeron que si quería vender licor tenía que dejar de ser tienda y registrarme como restaurante para poder tener mis mesas”, Doña Hilda.

Los anaqueles y congeladores dieron paso a seis mesas y una barra. La amplia entrada al local se cerró para regular el acceso de la clientela. Y en las paredes las ofertas de granos y desinfectantes, cambiaron por fotografías de la ciudad, promocionales de bebidas y el rostro de artistas como Marilyn Monroe. La música de banda, romances de los 70 y un poco de salsa, a bajo volumen pues a Doña Hilda eso de la música recia no le gusta, amenizan las tardes en el pedacito del Centro Histórico.

Al principio algunos le llamaban Sandra, pues relacionaban el antiguo nombre del local con la hoy menuda septuagenaria. Con el tiempo a las mesas del local comenzaron a llegar los clientes. Su cercanía con el congreso, algunas oficinas de gobierno y los almuerzos de Doña Hilda comenzaron atraer a los críticos de los funcionarios de turno. Tortillas con panza, revolcado, chiles rellenos, tacos y rábano picado se convirtieron en un almuerzo accesible para los cazadores de noticias.

Allí uno de sus mejores exponentes, “El Amafre” y un corresponsal de agencias internacionales fincaron su centro de operaciones. Y fue por él, que muchos supieron de la existencia de ese oscuro rincón a la sombra de las oficinas de los padres de la patria. “El era un mi cliente de muchos años, y lo recuerdo con mucho cariño”, asegura Doña Hilda.

Hace 25 años la dueña y encargada del negocio, arregló toda su papelería y comenzó con su rinconcito. Desde entonces abre, entre semana, a las 8 de la mañana y cierra a las 9 de la noche por la situación de la pandemia. Pero de lo contrario, sus 74 años no le pesan para mantenerse atendiendo hasta la 1 am en “tiempos normales”.

De sus visitantes, algunos que llevan más años de llegar que Alfonso Portillo de haber ganado las elecciones, ha aprendido el buen trato y la tolerancia. Pero fue la visita de un inspector de la Policía Nacional quien le dio los trucos para identificar a los clientes conflictivos. “Vino un día y me dijo que, si quería que me fuera bien en el negocio, tenia que aprender a ver a quienes dejar entrar y a quienes no”, recuerda.

Con un kit de fotografías, y detalles sobre los perfiles psicológicos de criminales, el agente comenzó la lección. “Evitar cholos, mareros y cualquiera que busque trago barato, esos son los que hacen relajo”, le dijo el agente. También le explicó como evitar confrontaciones con personas que ya se han empinado unas frías de más. “Siempre hábleles con respeto y nunca, pero nunca suba la voz, mantenga un dialogo sin palabras soeces”, le recalcó.

Con trucos aprendidos en el tiempo, una sonrisa de bienvenida, respeto y un buen servicio, ha visto pasar los años, negocios y gobiernos. El día a día transcurre “en familia” con sus leales clientes y trabajando para su sustento. Doña Hilda y sus nueve mil días son una parte de la historia de una ciudad que cambia, que sufrió una pandemia, pero que no se detiene.

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